viernes, 27 de noviembre de 2009

Publio Rodríguez Moslares




Datos biográficos

Publio Rodríguez Moslares nació en Tiedra, provincia y diócesis de Valladolid, el 12 de noviembre de 1912.
Es el menor de los hermanos. Este detalle será un escollo con el que va a topar su vocación: su madre, muy religiosa, lucha entre la ilusión de tener un hijo sacerdote y el alejamiento del hogardel benjamín de la familia.
“Es Dios quien lo quiere, mamá; no sufras ni me hagas sufrir. Sé generosa y dale a Dios lo que es de Él antes que tuyo”, le escribe.
Sus compañeros dicen que “Publio era el juglar de la comunidad: cantaba, reía, hacía versos y refería anécdotas salpicadas de refranes y dichos populares”.
Incluso en la cárcel, recluido en una misma celda con el P. Mariano Martín y tres escolásticos más, “para entretener el tiempo y hacer más llevadera la prisión, empezamos a hacer entre él y yo una comedia en verso”, nos dice el P. Martín.

Testimonios

Ese mismo Padre añade:
“Tenía un carácter simpático, abierto, luchador, proselitista, francote, bueno. Trabajó mucho para llevar a buen camino a dos de sus hermanos que no comulgaban del todo con sus ideas, aunque por otro lado eran muy buenos. Les escribía cartas desde el juniorado y en vacaciones discutía con ellos.
Tenía espíritu misionero y suspiraba por las Misiones, espíritu que supo infundir en su casa, sobre todo a su hermana, maestra nacional”.
“Supo soportar con entereza y alegría las cárceles de Madrid y cuando provisionalmente le dieron libertad, fue sobre todo él quien hizo de enlace entre sus compañeros de calvario y sus Superiores, yendo de un sitio para otro”.


Después del martirio, su madre escribió una carta a los Oblatos en la cual dice que al pasar del juniorado al noviciado, fue a verlo a Las Arenas:
“Al despedirme, le dejaron venir conmigo a la estación de Bilbao. Allí me dio el Crucifijo pequeño que le dieron en Urnieta, y me dijo: Bésalo muchas veces y, venga lo que venga, piensa que todo lo que suframos por Él, por mucho que nos parezca, será poco para lo que Él nos ama y sufrió por nosotros”.

Martirio

Tras ser sacado del convento y ser liberado de la primera prisión, no teniendo a dónde ir, se refugió, con el P. Blanco y algunos oblatos más, en una familia conocida. Dice la hija:
“Una noche llegaron a casa buscando refugio, porque no tenían a dónde ir. Mis padres habilitaron una habitación, pusieron colchones en el suelo, les dieron ropa para que pudieran dormir y descansar.
Una noche, hacia las tres de la madrugada llamaron a la puerta unos milicianos con fusiles y pistolas, amenazando, que venían a registrar la casa; como teníamos una tienda de ultramarinos, mi padre, pienso que iluminado por el Espíritu Santo, metió a los milicianos en la tienda y al ver todo lo que había, pidieron por teléfono un camión y lo cargaron de tal forma que no podía arrancar. Tuvieron que descarga parte del camión para poder marchar.
A la mañana siguiente mi madre dijo al P. Blanco que tenían que irse, pues si volvían otra vez los milicianos y registraban la casa, los matarían a ellos y a mi padre y que qué iba a hacer ella con cuatro niños pequeños”.
Al abandonar la casa, Publio dijo a mi madre: `No sufras, yo voy a volver,

pero si me pasa algo o me matan, piensa que estaré con Dios y te ayudaré’. Publio parece que tenía muy claro que lo iban a matar”. Y así fue.

Al terminar la guerra su familia fue a Madrid.

“Mi madre se había enterado que Publio había estado en la cárcel Modelo y quería ir allá. Mi padre intentaba disuadirla porque era la primera línea del frente. No obstante, como ella se empeñaba, mi padre quiso que la acompañáramos mi hermana y yo.
Entre aquellas ruinas, ella buscaba en las diversas celdas y corredores. De repente comenzó a gritar: ¡Aquí, aquí! Y se introdujo en un habitáculo pequeño. Entramos con ella y vimos toda la pared escrita. Pude ver cómo en un rincón había unas palabras que destacaban más que las otras, porque estaban escritas en rojo, y que decían: `Madre, me llevan a matar, muero por Dios (…) No llores, me voy con Dios. ’¡Viva Cristo Rey! Y firmaba Publio.
Ella se arrodilló, besó la pared, y con una especie de navaja, cortó un trozo de la pared donde estaba la inscripción. Fue entonces cuando me enteré que lo habían llevado a matar a Paracuellos del Jarama.
Mi padre ya lo sabía; pero no había hecho ningún comentario delante de nosotros”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario