miércoles, 13 de enero de 2010

Mártires OMI Madrid


Mártires OMI Madrid

QUIEN ES QUIEN

Con esta rúbrica queremos dar a conocer los Mártires Oblatos de España, uno por uno.
En la foto de esta página tienes a todo el grupo; pero puedes acceder a las páginas anteriores: 2009, 12 nombres y sus respectivas semblanzas, y en 2010, otros 12.
Son 23 Mártires en total; pero el P. Esteban, cabeza de grupo, está repetido.
El orden va de abajo (2009) hacia arriba.
El título del BLOG es: Mártires OMI Madrid.
El acceso directo:
http://martiresomimadrid.blogspot.com
Agradecemos que lo des a conocer a tus amistades.
Puedes añadir algún comentario.
Muchas gracias.
Joaquín Martínez Vega, o.m.i.
Postulador General de las Causas de los Santos.






Francisco ESTEBAN LACAL




Francisco ESTEBAN LACAL
Provincial de los Oblatos en España.

En el relato martirial de los Mártires de Paracuellos (Madrid) se recoge el “gesto” que se atribuye al Padre Provincial de los Misioneros Oblatos, antes de ser fusilados, con otros religiosos.
Según el testimonio de Mons. Acacio Valbuena, “se lo contó a los padres Mariano Martín y Emilio Alonso el enterrador, que estuvo presente en la ejecución”.

Tras dar la absolución a los futuros mártires, se dirigió a los verdugos con estas palabras:
“Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón”.
¿Quién era ese “Padre Provincial” que, en esa hora decisiva valientemente hizo pública profesión de fe y se dirigió con tanta entereza a quienes los iban a ejecutar, para ofrecerles, en nombre de todas las víctimas, el perdón?

Era el Padre Francisco Esteban Lacal.

Nota biográfica

El P. Francisco Esteban nació en Soria, diócesis de Osma-Soria, el día 8 de febrero de 1888.
Era miembro de una familia de seis hermanos.

Hizo los estudios secundarios en el Juniorado o seminario menor que los Misioneros Oblatos acababa de abrir en Urnieta (Guipúzcoa).
Allí mismo comenzó el noviciado e sus primeros votos en la Congregación de los Misioneros Oblatos el 16 de julio de 1906.
En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos y recibió las Órdenes Sagradas que culminaron con el Presbiterado el 29 de junio de 1912.
Al año siguiente se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Juniorado de Urnieta, donde estará hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del Maestro de Novicios.
Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como Superior; sigue siendo profesor, primero como Superior y, dos años más tarde, también como Provincial, cargo para el que fue nombrado en 1932.

En 1935 trasladó su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León. Allí acogió, como buen pastor, a un grupo de Oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron puestos en libertad el 25 de julio de 1936.

Detención y relato martirial


Con esos Oblatos en diáspora y con los que ya anteriormente estaban en la Comunidad con él, sufrió las angustias de la persecución religiosa en Madrid y las experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado, con sus hermanos Oblatos, de su propia Comunidad de Diego de León.

Con ellos va a refugiarse a una pensión situada en la calle Carrera de San Jerónimo.

Allí anima a sus hermanos y busca por todos los medios, que eran escasos y con muchos riesgos, alentar material y espiritualmente a los demás Oblatos expulsados de la casa de Pozuelo y refugiados en distintos lugares de Madrid.

Con casi todos ellos se va a encontrar el 15 de octubre, cuando la mayoría son detenidos y llevados a la Cárcel Modelo de Madrid.

Todos los Oblatos “confesaron en todo momento su condición de religiosos”.
“En esta confesión, según la tradición viva de la Congregación, se distinguió siempre el P. Francisco Esteban”.

Un mes más tarde, el 15 de noviembre, es trasladado a la Cárcel de San Antón, Colegio de los Escolapios convertido en prisión. De allí fue “sacado” el 28 de noviembre para ser martirizado con otros 12 Oblatos en Paracuellos del Jarama.
Iba a cumplir los 50 años.

Testimonios

La familia del P. Francisco nos cuenta:

“Soy sobrina carnal del Siervo de Dios Francisco Esteban. Yo conocí a mi tío desde siempre porque venía a vernos a Madrid donde mi familia tenía una tienda. En verano, mi familia se trasladaba a San Sebastián (Guipúzcoa) y acudíamos a visitar a mi tío que entonces se encontraba en Urnieta.
Puedo decir que el trato que tuve con él fue frecuente.Estando en Pozuelo, mi padre nos llevaba a visitar al tío Francisco.

Mi abuelo era Guardia Civil (quizá esto influyó en su educación de ser heroico cumplidor del deber que se le encomendaba).
Mis abuelos fueron católicos practicantes, el ambiente familiar era de una religiosidad profunda.
La relación del Siervo de Dios con su familia era muy buena. Sus hermanos vinieron a vivir a Madrid y esto le facilitaba la relación frecuente con el P. Francisco.
Muchas veces en mi familia, ante algún problema de discrepancias en la misma, se decía que si hubiese estado allí el “tío Paco”, como se le llamaba familiarmente, no habría habido discordias.
El ministerio apostólico que desempeñaba mi tío durante el curso 1935-36 era el de Provincial de la Provincia Española de los Misioneros Oblatos. Mi padre se mostraba muy orgulloso de que su hermano fuese el Provincial.

Sobre las virtudes que aparecían en él, siempre destacó la de la sencillez. No le gustaba ostentar nada, a pesar de que entre mi familia era considerado como una personalidad.
Sobre el ambiente que reinaba en julio de 1936 en Madrid, puedo decir como hecho concreto que a mí, que tenía diecisiete años, me paraban los de la Casa del Pueblo, en el barrio de Tetuán (en Madrid), cuando iba a Misa, preguntándome que a dónde iba, a lo que yo contestaba que iba a Misa. Me decían que no debía ir y yo les respondía encarándome con ellos.
De aquellas circunstancias de mediados de julio de 1936, y cuál era la situación de peligro, da idea el (hecho) que mi padre adelantó el viaje a Santander, diciendo a mi madre que preparase todas las cosas porque “mañana nos vamos”.
Mi tío vino a vernos y recuerdo que mi padre le decía que por qué no se venía con nosotros porque tal y como se estaba poniendo la situación lo podía pasar muy mal.
Mi tío le contestó que no, porque su responsabilidad era estar aquí con los suyos y que no se debía a sí mismo sino a los demás.
Tanto mi tío como mi padre pensaban que lo que iba a ocurrir duraría pocos días y que sería una cosa sin más trascendencia.

También recuerdo que mi padre le decía que se quitase la sotana, y él siempre se negó a hacerlo. Además de la sotana, llevaba en el fajín y el gran Crucifijo de los Oblatos".
Juana Esteban

Otra sobrina testifica:
“Por lo que he leído, fue detenido el 15 de octubre de 1936 con otros Oblatos.
Sobre la cárcel, las únicas referencias que tengo es que pasaban miedo, porque nombraban unas listas con nombres indiscriminadamente de los que iban a matar, y que pasaron hambre y frío.
Uno de los supervivientes me contó que una persona, que resultó ser una religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, le llevó un abrigo a mi tío. Éste, viendo que un compañero de prisión pasaba frío, le dio su abrigo.
También he oído que procuraban rezar el rosario clandestinamente cuando paseaban por el patio o en las celdas”.
Teresa Esteban.

Los Oblatos que lo conocieron coinciden en afirmar que
“era una persona de fe acendrada, rígido consigo mismo y cariñoso con los demás, y cuya confianza en la divina Providencia era notoria para todos aquellos que lo conocían, hasta el punto que su confianza en Dios la manifestaba ante todos los problemas que había de solventar en la provincia religiosa, que en aquella época carecía de todo.
Era una persona seria, recta y, a la vez, cercana.
Siendo profesor, era cariñoso, nunca levantaba la voz en las clases, en la convivencia. En el comedor se acercaba a las mesas para ver si comíamos y, en algunos recreos, jugaba con nosotros.
Como Provincial hizo un apostolado permanente dentro de la Congregación, teniendo fama de recto, muy cumplidor., “esclavo del deber”; pero al mismo tiempo muy cercano y comprensivo para con los miembros de la Congregación que tenía encomendados en su provincia religiosa.
Ya en los últimos días de julio, en aquel Madrid revuelto y peligroso, no se escondió ni se recluyó en su comunidad, sino que salía frecuentemente interesándose por la religiosas de la sagrada Familia de Burdeos (Hortaleza, noviciado repleto de novicias jóvenes) y, por otra parte, por sus propios religiosos de Pozuelo traídos a Madrid y escondidos en distintos sitios.
Cuando se le advertía que no podía arriesgar tanto decía, refiriéndose a las Religiosas, que en ellas había que salvar algo más precioso que la vida.
En una de estas salidas, acompañando a una de ellas a casa de su familia, fueron detenidos por una patrulla. Cuando estaban siendo llevados a un “Tribunal Popular” (donde se les condenaba a muerte con un juicio sumario), el chofer se negó a ello y los llevó a una comisaría.
En el interrogatorio el P. Francisco Esteban declaró a la primera que era sacerdote y religioso y lo que estaba haciendo. Tal sinceridad hizo que uno de los funcionarios le dijera: “Pero hombre de Dios, diga usted que es profesor u otra cosa, pero no sacerdote”.
En esto anduvo hasta su detención definitiva, también cuando él mismo estaba escondido en la pensión de la calle Carrera de San Jerónimo, atendiendo a las necesidades materiales y espirituales de los suyos velando porque estuvieran asistidos espiritualmente, con salidas y movimientos llenos de audacia y habilidad.

Cuando les llega la hora de la verdad, el P. Pablo Fernández , corroborado por otros testigos, refiere lo siguiente:

Me consta que la reacción de estos Siervos de Dios ante la muerte, fue de mucha calma, serenidad y entrega en manos de Dios. Hacia los verdugos no manifestaron ningún desprecio, ni hubo insultos, y sí compasión por considerarlos ignorantes, equivocados y sobre todo manejados.
Los Siervos de Dios, una vez detenidos, no tuvieron ninguna opción de escapar de la muerte. La única forma de liberarse hubiera sido una apostasía; pero optaron por la fidelidad y entrega a Dios.





P. Francisco Esteban y compañeros mártires, rogad por nosotros.



Cándido Castán San José






Datos biográficos


Cándido Castán San José nació en Benifayó (Valencia) el 5 de agosto de 1894.Era un padre de familia que desde hacía varios años vivía con su esposa y sus hijos en Pozuelo de Alarcón en la colonia de San José.
Empleado de ferrocarriles de la Compañía del Norte de España, había estudiado bachillerato en el colegio de los Hnos. del Sagrado Corazón en Miranda de Ebro, donde había sido destinado su padre como Jefe de Estación. Después hizo estudios espe­ciales relativos a materiales ferroviarios. En 1936 prestaba sus servicios en dicha Compañía como empleado principal.Tenía dos hijos, Teresa, 15 años, y José María, 8.
Cristiano coherente, militante católico, era a la sazón Presidente de la Confederación Nacional de Obreros Católicos. Presidente así mismo de los Ferroviarios Católicos, sección de Madrid-Norte y afiliado a la Adoración Nocturna.¿Cómo se unió al “martirologio oblato”?Porque fue sacado de su casa y recluido, junto con otros seglares católicos, en el convento de los Misioneros Oblatos, provisionalmente convertido en prisión, y asesinado con el primer grupo de Oblatos.Entre sus descendientes, tiene un nieto sacerdote y una nieta religiosa.

Detención y martirio

El día 18 de julio sufre en su domicilio un primer registro, que nos describe vivencialmente su hija, testigo de visu:
“Se presentaron en casa unos milicianos, so pretexto de encontrar armas, que, por supuesto, no existían… Cuando terminaron, le ordenaron que no se moviera de casa”Cuatro días más tarde, el 23 de julio hacia mediodía, fue obligado a abandonar su casa por un grupo de “milicianos del comité revolucionario de Pozuelo”. Su hija Teresa fue testigo directo de su detención.Desde allí es conducido prisionero a la casa de los Misioneros Oblatos".

Recluido la noche del 23 de julio, es visitado por su esposa que le lleva comida y cena.En la noche del 23 al 24 de julio es sacado del convento con otros siete Oblatos y ejecutado junto con ellos en la Casa de Campo, parque situado entre Pozuelo y Madrid. Tenía 42 años.

Testimonio

Interesantísimo y detallado el testimonio de su hija. Entresacamos algunos párrafos:
Mis padres se casaron el día 4 de junio de 1919. El ambiente de la familia era extraordinario y allá donde iban mis padres íbamos mi hermano y yo. Fuimos educados en un clima de amor y religiosidad, donde en la familia, por parte de mis padres, se nos enseñó a rezar y a amar a Dios sobre todas las cosas y a hacer obras de caridad.
Tengo un recuerdo vivo de la gran imagen del Sagrado Corazón de Jesús que tuvimos tanto en la casa de Madrid como en la de Pozuelo. Recuerdo que de pequeña, cuando no me portaba bien, mi padre me mandaba arrodillarme delante del Sagrado Corazón y pedirle perdón.

De la preocupación por nuestra educación religiosa, mis padres nos llevaron a colegios religiosos, tanto en Madrid como en Pozuelo.
En mi casa se vivía también un clima profundo de religiosidad. Mi padre rezaba el rosario todos los días y era devotísimo de la Santísima Virgen, enseñándonos a nosotros que era nuestra Madre del Cielo. Hacía la visita al Santísimo por la tarde. Muchas veces yo le acompañaba, en otras ocasiones comentaba en casa que había ido a tal o cual iglesia.
Era miembro de la Adoración Nocturna.Grandísimo devoto del Sagrado Corazón de Jesús, lo entronizó solemnemente en mi casa.
Esta religiosidad no sólo la vivía mi padre en su piedad particular, sino que también fue un propagador de la fe Católica.
Cuando nos trasladamos a Pozuelo recuerdo que promovió, en colaboración de otros vecinos, la construcción de una capilla, que todavía hoy existe, en honor de San José para oír misa los domingos. Teníamos que llevar las sillas, porque no sólo no había bancos, sino que ni siquiera había suelo.
En vista del mal cariz que tomaban las cosas, recuerdo que mi madre le propuso a mi padre (tras el arresto domiciliario) que se marchase a Benicarló, con la familia de mi madre, y se escondiese allí. Mi padre se negó diciendo que no tenía por qué esconderse ya que él no había hecho nada malo.
El 23 de julio hacia mediodía se presentaron de nuevo los milicianos para detener y llevarse a mi padre. En casa estábamos sólo él y yo, pues mi madre había salido a comprar acompañada de mi hermano pequeño.

Mi padre me dio el anillo de casado y las llaves de la casa diciéndome que se lo entregase a mi madre. Se lo llevaron al convento de los Padres Oblatos y por el camino se encontró con mi madre y mi hermano que volvían de la compra. Mi madre le preparó la comida y la cena y se lo llevó al convento.
Al día siguiente le preparó el desayuno y cuando se lo llevó ya no estaba.
En mi casa, mi madre tuvo siempre a mi padre por mártir, porque sabía que la única causa de su muerte fue la Religión.




martes, 12 de enero de 2010

Marcelino Sánchez Fernández


Datos biográficos

Marcelino Sánchez Fernández nació en Santa Marina del Rey, diócesis de Astorga y provincia de León, el 30 de diciembre de 1910.
Sus padres, Nicolás y Ángela, tuvieron ocho hijos, los cuales murieron todos en vida de los padres, excepto Marcelino y otro llamado Ángel. Era una familia cristiana con una conducta moral buena.
Ingresa en el juniorado de los Misioneros Oblatos de Urnieta (Guipúzcoa). La salud de Marcelino era precaria, lo que le obligó a regresar a la casa paterna. Una vez que se hubo recuperado, volvió al juniorado, y al no verse capaz de seguir con los estudios por motivos de salud, se le orientó hacia la vocación como hermano Oblato. Así, el 24 de marzo de 1927, comenzó el noviciado en Las Arenas (Vizcaya) en calidad de Hermano coadjutor y profesó el 25 de marzo de 1928, fiesta de la Encarnación del Señor. Permanece en la comunidad del noviciado, prestando valiosos servicios como sastre y portero. En 1930, inaugurado el escolasticado o seminario mayor de Pozuelo, es destinado a esa nueva comunidad y se dedica a prestar sus servicios a distintas tareas, principalmente la sastrería.
En 1935, después de siete años de votos temporales, hace su oblación perpetua y se siente ya plenamente integrado en la Congregación a la que siempre ha mostrado gran cariño. Se le recuerda como un religioso ferviente, devoto de la Virgen, cuyo rosario lleva siempre consigo, obediente, responsable y servicial.

Detención y martirio

El 22 e julio de 1936 es detenido con toda la comunidad oblata en Pozuelo de Alarcón; prisionero con todos, es llevado a la Dirección General de Seguridad situada en la plaza Puerta del Sol, centro de Madrid. Al día siguiente recobra la libertad.
En una redada general es detenido de nuevo y llevado a la Cárcel Modelo en Madrid. El 15 de noviembre de 1936 es trasladado a la Cárcel de San Antón (colegio de los Escolapios transformado en prisión), y durante la noche del 27-28 del mismo mes es “sacado” para ser martirizado en Paracuellos del Jarama, a pocos kilómetros de Madrid. Tenía 26 años.

Testimonios

Durante su infancia Marcelino vive en un ambiente bueno, apacible, religioso. Pertenecía a la asociación de los “Tarsicios”, movimiento católico para inculcar a los niños la devoción a Jesús Eucaristía y la comunión frecuente.
En el origen de su vocación se manifiesta con fuerza su fe para seguir el llamamiento de Dios, a pesar de la situación de su madre, paralítica. Dotado de buena voluntad y amante de su vocación religiosa, sigue fiel a ella, a pesar de los contratiempos y achaques de salud que le impiden continuar sus estudios y acepta con humildad el abandonar su proyecto de ser sacerdote para continuar en la vida religiosa como hermano coadjutor.

Un superviviente, el P. Felipe Díez, dice de estos hermanos oblatos, no sacerdotes:
Vivían en un sacrificio ejemplar en los distintos ministerios que ellos tenían. Entre otras tareas, recuerdo que el Hno. Bocos se dedicaba a la cocina, el Hno. Eleuterio atendía el cuidado y limpieza de la casa, y el Hno Marcelino Sánchez se dedicaba a la sastrería, arreglando sotanas (…). Vivieron la virtud de la pobreza aceptando la realidad de nuestra vida llena de carencias en cuanto a lo material, viviendo el Evangelio en el amor y fidelidad al trabajo, buscando, como dice el Evangelio, “servir y no ser servidos”.
De manera especial quiero destacar el ejemplo de los Hermanos Coadjutores que desempeñaban con alegría las tareas más humildes en la comunidad y eran un estímulo para todos. Concretamente, recuero a los Hermanos Bocos, Sánchez y Prado dándonos un ejemplo alegre y sencillo en el trabajo cotidiano.

En cuanto a las penalidades y vivencia durante la prisión y martirio, puede verse lo señalado referente a los otros Oblatos, Siervos de Dios, martirizados. Baste evocar un breve pasaje del elocuente testimonio del P. Felipe Díez, superviviente:
En el momento de la muerte, he oído que alguien, que por las descripciones coincide con el P. Esteban (nuestro Provincial), que pidió permiso para dar la absolución a sus compañeros. Y sus palabras últimas fueron: “Sabemos que nos matáis por ser sacerdotes y religiosos. Os perdonamos. ¡Viva Cristo Rey!”


lunes, 11 de enero de 2010

Eleuterio Prado Villarroel


Datos biográficos

Eleuterio Prado Villarroel nació en Prioro (León) el 20 de febrero de 1915. Pertenecía a una familia de humildes labradores, de una conducta moral intachable y profundamente religiosa. Destacaba en la familia la devoción a la Eucaristía y el rezo diario del Rosario. Su madre, “Tía Dominga”, tenía fama de santa. Era muy conocida no sólo en Prioro, sino también en los pueblos vecinos como apóstol y fundadora de las llamadas “Marías de los Sagrarios”, movimiento que aún perdura y que fomenta la devoción a Jesús Eucaristía.
Teyo, como se le llamaba familiarmente, desde niño se sintió llamado a se­guir los pasos de su hermano, el Padre Máximo, que sería un gran misionero en Texas. Inició los cursos secundarios en el juniorado de Urnieta (Guipúzcoa). Tenía alguna dificultad para los estudios y optó por seguir en la Congregación como Hermano Oblato.
Así pues, hizo el noviciado en cali­dad de Hermano Coadjutor y emitió los primeros votos el 25 de abril de 1928.
En 1930 se abre la nueva casa del escolasticado en Pozuelo y es destinado a esta comunidad. El 28 de abril de 1935 hace la oblación perpetua y queda integrado para siempre en la Congregación de los Misioneros Oblatos hacia la que siempre ha demostrado gran cariño.
Era piadoso y afable. A Teyo siempre se le veía contento, servicial y animador. Era muy mañoso sobre todo en ebanistería, que fue su principal cometido.

Detención y martirio

En su comunidad de Pozuelo le sorprende la invasión de los milicianos que se adueñan de la casa el 22 de julio de 1936. Detenido con sus hermanos de comunidad, tras la ejecución nocturna de seises Oblatos y un padre de familia, es trasladado a Madrid y, puesto en libertad, acude buscando refugio a la casa provincial de la calle Diego de León. Allí permanece hasta el 10 de agosto, fecha en que expulsan a toda la comunidad, incautándose de la casa, y encuentran refugio en una pensión en la Carera de San Jerónimo.
Allí vive escondido hasta que el 15 de octubre, fecha en que es detenido de nuevo y llevado a la Cárcel Modelo y trasladado después a la de San Antón, de la que se “sacarán” el 28 de noviembre de 1936 para ser martirizado. Tenía 21 años.

Testimonios

En la comunidad de Pozuelo destacaba por la alegría y generosidad con las que prestaba toda clase de servicios en las faenas más humildes. Eleuterio no perdió su carácter jovial y optimista, no exento de virtud sobrenatural, en los momentos de persecución y cautiverio previos al martirio, dando ánimos a los compañeros de prisión. Así lo manifiesta una sobrina, Felipa Prado:
Siempre he oído que mi tío era un hombre muy optimista, alegre, en todos los momentos, incluso estando en la cárcel. Creo que esto es un signo de confianza en Dios, como quien vive muy seguro de que Dios no nos deja nunca de su mano. Esta confianza en Dios es la que le hacía mantenerse alegre cuando las circunstancias que vivía eran adversas y, en el caso de la cárcel, podían hacerle prever una muerte próxima.
Destaca el ánimo que infundía a sus compañeros en la cárcel y en el proceso hasta el martirio.


A propósito del martirio, el P. Delfín Monje detenido también, y que le precedió en la Cárcel Modelo, escribe:
Serían las ocho de la mañana cuando veo entrar por la puerta del calabozo a una cara conocida: era el hermano Eleuterio Prado. Venía sonriente, como joven que era y no había adivinado la tragedia que había comenzado.
Detrás de él, otras caras conocidas: el hermano Publio Rodríguez y el hermano Angel Villalba. Comprendimos que los Oblatos refugiados con el P. Esteban en la pensión de san Jerónimo habían sido detenidos igualmente.
Las condiciones en la cárcel -prosigue su sobrina-
eran durísimas, les hacían pasar hambre y, a consecuencia de los malos tratos, algunos de ellos llegaron a morir. Estaban hacinados y las condiciones higiénico-sanitarias simplemente no existían.
Los carceleros buscaban fundamentalmente la apostasía de la fe, cosa que no sucedió en ninguno de los religiosos de distintas congregaciones (Oblatos, Agustinos, Hospitalarios…) que había en la cárcel. Era tal la firmeza en la confesión de la fe, que algún miliciano llegó a decir que le daban ganas de seguir su ejemplo, al verlos tan firmes en la fe.

En la cárcel de San Antón, Eleuterio se reunía casi todos los días en el patio con otros religiosos, entre los que estaba el P. Felipe Fernández, Agustino, de su pueblo. Otro sobrino de Teyo, que se llamaba como su tío, y sobrino a su vez de ese otro religioso, recoge el testimonio de este segundo tío superviviente:
Entre ellos estaba el P. Felipe Fernández, familiar mío, que me contó cómo se encontraban prácticamente todos los días en el patio de la cárcel y que (mi tío) estaba siempre sonriente. Comentaban que ya habían “sacado” a dos del pueblo que eran Genaro Díez, Agustino, y Serviliano Riaño, Oblato. Comentaban, y mi tío Felipe insistía mucho en ello, que estos dos muy probablemente ya hubiesen sido asesinados y que eran mártires.
Mi tío Felipe ponía mucho énfasis y a mí me quedó muy grabado, que en ese grupo, el 27 de noviembre de 1936 se comentaba el hecho de que se estaba preparando una gran “saca”, como así fue, que era muy fácil que les tocase a alguno de ellos, y que a modo de despedida comentaban: “Si no nos vemos más, hasta el Cielo”.
El 28 de noviembre por la mañana este grupo de religiosos del pueblo que estaba prisionero fueron a buscar a Eleuterio y ya no lo encontraron.

Aquella noche del 17 al 28 de noviembre había sido “sacado” de la prisión para ser inmolado en Paracuellos. Su nombre con el de otros 12 Oblatos está en la lista de quienes, bajo la apariencia de “orden de libertad”, son llevados al hoy llamado Cementerio de los Mártires de Paracuellos.

Ángel Francisco Bocos Hernández



Datos biográficos

Ángel Francisco Bocos Hernández nació en Ruijas, diócesis de Santander (Cantabria), el 27 de enero de 1883.
Ingresó en el noviciado oblato, con miras a consagrar su vida a Dios como religioso no sacerdote, el 31 de diciembre de 1900. Hizo su primera oblación temporal en 1901 y su oblación perpetua en 1907.
En sus 35 años de vida religiosa estuvo en distintas comunidades oblatas: Madrid, Aosta y San Giorgio Canavese (Italia), Notre Dame de Lumières (Francia)… Regresó a España en 1925.
Le destinan primeramente al noviciado de Las Arenas (Vizcaya), luego, en 1929, al abrirse el escolasticado en Pozuelo (Madrid), pasa a formar parte de esta nueva comunidad, prestando valiosos servicios, sobre todo en la cocina.
Sabemos muy poco de su familia. En el certificado de bautismo aparece “desconocido el padre”. Al fallecer la madre, fue recogido por su tío Felipe Hernando, párroco de Quinasolmo, de quien recibió sólida y cristiana educación. Cuando llamó a las puertas del noviciado oblato tenía 17 años.

Detención y martirio

Fue hecho prisionero con toda la comunidad el 22 de julio de 1936, llevado después a Madrid y puesto en libertad el 25 de julio. El hermano Ángel Bocos trata de buscar refugio seguro, pero el 15 de octubre es de nuevo detenido y llevado a la Cárcel Modelo donde se encontrará con casi todos los Oblatos de Pozuelo. Un mes más tarde le trasladan a la cárcel de San Antón y desde allí, el 28 de noviembre de 1936, lo “sacan” para ejecutarlo con otros doce Oblatos en Paracuellos del Jarama.
Fue un excelente cocinero, siempre sacrificado, servicial, piadoso y de buen conformar. Era el mayor de los Mártires, tenía 53 años.


Testimonios

Debido a su edad y a su reducida familia, ha sido difícil encontrar testigos que lo conocieran. Mons. Félix Erviti, ex superior del escolasticado de Pozuelo y 40 años Prefecto Apostólico del Sáhara Occidental, que conoció a los Oblatos en Francia, donde recibió su formación religiosa, es uno de los pocos que dan testimonio:
Conocí al hermano Ángel Bocos siendo yo junior en el seminario menor de Lumières. Este lugar donde vivía la comunidad oblata era un santuario de la Santísima Virgen. En la cripta íbamos a hacer los ejercicios de piedad en los que destacaba el hermano Ángel Bocos. Su carácter era apacible y pacífico. Era humilde y callado. Después de 1925 fue trasladado a otra comunidad y yo ya no volví a tener contacto con él.

Hay varios testimonios sobre los hermanos de la comunidad de Pozuelo. Dice, por ejemplo, el P. Angel Villalba, que convivió con ellos: Como comunidad había una caridad colectiva hacia el prójimo. Dentro de la comunidad estaban los (tres) hermanos coadjutores que participaban de esa caridad y eran para nosotros un testimonio admirable.
También el P. Felipe Díez, otro superviviente, subraya: Los hermanos coadjutores vivían en un sacrificio ejemplar en los distintos ministerios que ellos tenían.
Y el P. Acacio Valbuena añade: Los hermanos coadjutores tenían trabajos al interior de la comunidad, dentro de una vida humilde y regular, ocupándose de tareas como portería, sastrería, cocina, etc. Eran cooperadores en la formación de futuros sacerdotes con su ejemplo, su interés, su entusiasmo y su oración.



Al ser detenidos en su casa de Pozuelo, el cabecilla de los milicianos le obliga a seguir en la cocina, bajo vigilancia, diciéndole: “Tu haz la comida para todos, pero de faltar, que falte para los tuyos y no a los míos”.
De una carta que este Hermano envió al entonces Superior General, P. Agustín Dontewill, podemos deducir su fortaleza, resignación y paciencia ante las adversidades, tales como la dolencias del estómago y de una pierna, y cómo, a pesar de eso, continuaba haciendo el trabajo de la cocina, en el que llevaba 24 años, ofreciendo todo esto “para mayor gloria de Dios y salvación de las almas”, decía.
D. Ricardo Quintana, Delegado diocesano de las Causas de los Santos en la Archidiócesis de Madrid, que presidió, como juez, todo el proceso diocesano, no puede disimular su simpatía hacia este Sirvo de Dios y está convencido de que el hermano Bocos, de quien pocos hablaban en el proceso, era un verdadero santo y a su intercesión atribuye la pronta curación personal de un grave incidente.

domingo, 10 de enero de 2010

Justo Fernández González


Datos biográficos

Justo Fernández González nació el 2 de noviembre de 1916 en Huelde, provincia y diócesis de León. Este pueblo posteriormente quedaría anegado por las aguas del Pantano de Riaño.
Justo es el más pequeño de 12 hermanos, familia humilde y sencilla de labradores, profundamente religiosa semillero de vocaciones. De los 12 hermanos, 8 respondieron al llamamiento de Cristo consagrándole su vida: dos sacerdotes diocesanos, dos Oblatos, un Franciscano y tres hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos.

En septiembre de 1929 justo ve realizado su sueño de ingresar, también él, como había hecho su hermano Tomás, en el juniorado de los Misioneros Oblatos de Urnieta (Guipúzcoa).
En junio de 1934 pasa a Las Arenas (Vizcaya) para hacer el noviciado y profesa el 16 de julio de 1935. A continuación es enviado a Pozuelo (Madrid) para iniciar los estudios eclesiásticos que tendrían que llevarle hasta el altar. Apenas termina el primer curso, tras unos días de retiro, Justo se prepara con sus connovicios a renovar su oblación temporal. Era el 16 de julio de 1936. Sólo seis días después, el 22 de julio, sería detenido con todos los miembros de la comunidad oblata de Pozuelo.

Martirio

Tras dos días de prisión en el propio convento convertido en cárcel, es llevado con sus compañeros al centro de Madrid, Dirección General de Seguridad. Justo, con sus hermanos Oblatos, al día siguiente se encuentra en libertad, pero desorientado, en la Capital de España sin saber a dónde ir. Se refugia con un primo suyo en casa de una familia, hasta que es detenido otra vez y conducido a la Cárcel de San Antón. De aquí fue “sacado” con otros doce Oblatos el 28 de noviembre de 1936 para ser martirizado en Paracuellos del Jarama. Acababa de cumplir 20 años.

Ya desde niño…

Vino al mundo para ser santo y nunca per­dió de vista su meta. Caminaba hacia ella con una intensa vida de oración y cultivando el corazón noble, bondadoso, pacífico y paci­ficador que poseía.
Durante la infancia asistía a la escuela y todos los días a la catequesis que daba el párroco en el pórtico de la iglesia antes de rezar el rosario. Ayudaba a Misa todos los días y recibía el sacramento de la reconciliación con frecuencia. Dos anécdotas pueden ayudarnos a intuir su profunda vida de piedad.

Cuenta su sobrino y coetaneo Julián, que convivió de niño con él: “Recuerdo que murió un familiar y cuando lo conducían la iglesia, nos invitó a un grupo de niños que íbamos con él, a rezar un Padrenuestro”.
La otra anécdota nos la refiere su hermana: “Cuando sólo tenía ocho años un día me dice: “¿Sabes que Paco es el novio de Constancia” (una hermana mayor). Y yo le dije: “Y el mío, ¿quién es?” Y me contestó: “El tuyo es Jesús”. El había oído que yo quería entrar monja…

El P. Olegario Domínguez, que convivió con él en el seminario menor, cuenta cómo le impresionó: “A los que fueron mis compañeros los admiré siempre por su regularidad, generosidad y fidelidad en lo que se nos pedía, especialmente Justo, que fue puesto por los superiores como responsable de los pequeños. Recuerdo que con mucha delicadeza nos llamaba la atención e, igualmente, impedía que hubiera conflictos”.

…y de joven

Ya en Pozuelo, Justo veía el ambiente hostil, muy tenso, contra todo lo religioso, como podía verse por la quema y saqueo de iglesias y conventos.
El P. Pablo Fernández subraya la animadversión contra los Oblatos por odio a la fe: “Los Oblatos de Pozuelo eran muy apreciados y valorados por los creyentes, y convocados a asistir a reuniones y celebraciones religiosas, en las fiestas patronales, así como en otras solemnidades. También eran llamados para dar ejercicios espirituales. Esta buena fama entre los creyentes tenía como contraposición la animadversión, por odio a la fe, de los grupos extremistas, anarquistas… Este clima se debía a que la comunidad de los Misioneros Oblatos era la que promovía la vida cristiana en todo el contorno de Pozuelo: Aravaca, Majadahonda y Húmera”

Sobre la previsión del martirio, añade: “Los días anteriores al 22 de julio, aunque no salían del convento, sin embargo estaban siendo testigos de lo que ocurría a su alrededor: el humo que veían de las quemas de iglesias y conventos en Madrid, las idas y venidas de los milicianos por las calles, las amenazas directas, cuando pasaban por delante del convento, provocando, diciendo: “¡Mueran los frailes!” Todo esto hacía que la comunidad previera que, de un momento a otro, fueran a por ellos. Tanto es así que cuando entraron, el hermano portero avisó al P. Delfín Monje y le dijo: “¡Ya están ahí!”
El trato que recibieron en la cárcel, expresado por testigos oculares, fue despiadado, con muchos desprecios, pasando frío, hambre, mucha miseria, incluso llenos de piojos. No tengo constancia de que fueran sometidos a interrogatorios.
El comportamiento de los Siervos de Dios en la prisión fue de serenidad, de mucha confianza en Dios, al que invocaban repetidamente (…) Quiero resaltar que los formadores superveintes estuvieron presidiendo aquella pequeña comunidad en cautiverio. No hicieron dejación de sus responsabilidades. Los escolásticos por su parte mantuvieron, en todo momento, la deferencia y la obediencia a sus Superiores.
Su reacción ante la previsión del martirio fue de mucha serenidad, dominio de sí y oración al Señor. El móvil que los guiaba era el deseo de consumar su oblación, hasta el punto que uno de los supervivientes me dijo: Nunca me he tenido más preparado para la muerte que en aquellos momentos”.





sábado, 9 de enero de 2010

Clemente Rodríiguez Tejerina


Datos biográficos

Clemente Rodríguez Tejerina nació en Santa Olaja de la Varga (León) el 23 de julio de 1918. Su hermana Josefa,
religiosa de la Sagrada familia de Burdeos, nos dice: “la condición socio-económica de mi familia era sencilla, era la propia de los que trabajaban en el campo”.
Eran doce hermanos, de los cuales, seis consagrados: dos Capuchinos, dos religiosas de la Sagrada Familia y dos Oblatos, Clemente y Miguel. Sólo este hecho da idea del ambiente religioso de la familia.
Su madre era una mujer muy religiosa y, aunque no había tenido una gran educación cultural, había leído muchos libros que le procuraron una buena formación religiosa, que intentaba inculcar a sus hijos.
“Todas las noches, escribe Maruja, hermana de Clemente, nos reunía a todos los hermanos en el comedor y rezaba una oración ofreciendo a sus hijos al Sagrado Corazón. Además pedía por la perseverancia de todos nosotros. Pertenecía a la asociación de las “Marías de los Sagrarios” y las fiestas eucarísticas tenían una importancia muy singular, haciéndonos participar a todos los hijos en la preparación de los altares, cuidando hasta los más pequeños detalles, mostrando en todo ello un gran amor al Señor”.
En ese calor hogareño pronto comenzó Clemente a ser consciente de su vocación. Así, con sólo 11 años, sale ilusionado de la casa paterna para dirigirse al juniorado o seminario menor que los Oblatos tenían en Urnieta (Guipúzcoa).
El 5 de julio de 1934 comenzó el noviciado en Las Arenas (Vizcaya) e hizo su primera oblación el 16 de julio de 1935, día emocionante, pues salieron llorando todos los neoprofesos. Ese mismo día por la noche viajaron en tren hacia Pozuelo (Madrid) y, pasado el tiempo de vacaciones en comunidad, Clemente comenzó sus estudios eclesiásticos.


Se dedicaba con mucha seriedad a su formación religiosa e intelectual. En el tra­to era todo bondad y mansedumbre. No pi­saba con ruido, pisaba con seguridad. Era el hombre bueno y servicial.

Detención y martirio
Apenas terminado el primer curso, el 16 de julio de 1936 Clemente renovó sus votos y seis días más tarde, el 22 de julio, fue detenido con toda la comunidad en el propio convento y, dos días después, llevado con todos a Madrid, a la Dirección General de Seguridad, para ser puesto en libertad al día siguiente.
Después de refugiarse primero en la casa provincial y después, al ser esta confiscada, en una pensión. El 15 de octubre de 1936 fue detenido de nuevo y llevado a la Cárcel Modelo. En ella encuentra a aquellos Oblatos a quienes no había visto desde la salida de Pozuelo y posteriormente, junto con sus hermanos religiosos, será trasladado a San Antón, colegio de las Escuelas Pías, transformado en cárcel.
De allí es “sacado” junto con otros 12 Oblatos y martirizado en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936. Era el benjamín del grupo: tenía solamente 18 años.

Testimonios

Clemente, como queda dicho, se refugió en la casa provincial, que fue finalmente incautada el domingo 9 d agosto. Así lo describe el P. Delfín Monje, milagrosamente liberado cuando lo llevaban a fusilar:




A las once y media de la mañana sonó la campanilla de la portería. Un nutrido grupo de maestros laicos, armados de pistolas, irrumpió en el jardín y nos invitó cortésmente a abandonar el local. Como el R. P. Esteban (Provincial de España) se quejara de la arbitrariedad de aquella medida, siendo así que nosotros éramos ciudadanos pacíficos, ellos le contestaron: “Creemos que ustedes no se han metido en nada, pero muchos curas y frailes sí se han metido; y es lo que pasa, los unos pagan por los otros”
Al marchar dejamos a los nuevos propietarios ocupados en colocar sobre la tapia del jardín un enorme trapo con esta inscripción: “Incautado por el Ministerio de Bellas Artes”.

Josefa, una hermana de Clemente, pudo visitarlo antes de ser expulsados de la casa provincial. De la conversación mantenida con él, pudo deducir la entereza y espíritu de fe que reinaba en su hermano y su clara disposición al martirio. Nos dice:

Estuve con él durante unos momentos. Recuerdo que le pregunté cómo estaba de ánimo y me dijo: "Estamos en peligro y tememos que nos separen; juntos, nos damos ánimo unos a otros. Con todo, si hay que morir, estoy dispuesto, seguro de que Dios nos dará la fuerza que necesitamos para ser fieles”. Estas son palabras textuales de mi hermano, que, pronunciadas en aquellos momentos, no se me olvidarán jamás.
Mientras estábamos hablando, vino el P. Francisco Esteban y me pidió que me marchase enseguida puesto que la comunidad se encontraba muy vigilada y yo también peligraba por mi condición de religiosa. El Provincial también dijo: “Aquí vamos a perecer todos”.

Siempre Josefa, gracias al testimonio de un vecino que estuvo con él en la misma cárcel de San Antón, se enteró de las condiciones en las que estuvo Clemente:

Me contó que los tenían almacenados en el sótano, donde se hallaban las duchas del colegio en malas condiciones, lo que hacía que con frecuencia estuviesen con los pies en el agua y careciendo del más mínimo espacio vital para moverse.
Me decía también que no todos los días comían y que, encima, cuando los carceleros llevaban el rancho, se mofaban de los presos preguntando: “¿Quién no ha comido ayer?” También me dijo que todos los que estaban allí eran católicos, que se juntaban y rezaban.

esta misma hermana, desconociendo el hecho de su muerte, continuó intentando visitarlo en la cárcel de San Antón. Veamos cómo conoció, después de muchas averiguaciones, la noticia de la muerte de Clemente:

La última vez que intenté verle fue en diciembre de 1936. El miliciano de turno, de malos modos, me dijo que no volviera por allí si no quería quedarme dentro. Como insistí en saber si estaba todavía en la cárcel, me contestó que si quería saber de Clemente me fuese a la calle Santa Bárbara, al Ministerio de Justicia, que en una sala enorme con caballetes y tableros encontraría cajas repletas de fichas. Así lo hice y después de una larga investigación, encontré una ficha que textualmente decía: “Clemente Rodríguez Tejerina puesto en libertad el 28 de noviembre de 1936”. Después de cerciorarme que nadie me veía, cogí la ficha y me marché al Consulado de Chile. Allí me informaron que todas las personas que habían sido “puestas en libertad”, sacándolas de las cárceles, los días 27 y 28 de noviembre de 1936, habían sido fusilados inmediatamente en Paracuellos del Jarama. Desde aquel momento pensé que mi hermano era mártir, porque estaba seguro de que lo iban a matar y que la causa de la muerte no era otra sino la de ser religioso.

viernes, 8 de enero de 2010

Daniel Gómez Lucas


Datos biográficos

Daniel Gómez Lucas nació en Hacinas, cerca de la famosa y secular Abadía de Silos (Burgos) el 10 de abril de 1916. La condición socio-económica de la familia era propia de labradores y ganaderos de la época, sencilla. El ambiente familiar era de dedicación al trabajo y de fuertes convicciones religiosas. En este ambiente, Daniel se fue formando en la piedad y la moral cristiana.
Su formación religiosa debió ser excelente en su infancia. La vocación surgió espontánea en un ambiente de conocimiento de los Misioneros Oblatos. Dos primos suyos eran Oblatos: el P. Simeón Gómez, misionero en Ceilán (hoy Sri Lanka) y el P. Sinforiano Lucas, que fue profesor en San Antonio, Texas, Provincial de España, Asistente General de la Congregación en Roma y finalmente obispo, en el Vicariato Apostólico de Pilcomayo, Paraguay.


Así que a los 12 años Daniel ingresa ya en el seminario menor de Urnieta (Guipúzcoa).


Daniel descubrió en ese tiempo la persecución religiosa, pues ya se apreciaba en aquellos años, en ambientes totalmente distintos a los de su pueblo natal. Cuando los seminaristas salían de paseo al vecino pueblo de Hernani, por ejemplo, les tiraban piedras y los insultaban. Es escalofriante el testimonio del P. Ignacio Escanciano, de un curso posterior a Daniel:




“Aún siendo niños, uno de nuestros temas de conversación era cómo escapar a un posible incendio del seminario provocado por el odio a lo religioso. Al ir de vacaciones, cuando en el viaje algunos percibían que éramos seminaristas, hacían el signo de cortarnos el cuello, incluso a veces con navaja en mano”.




A pesar de ese clima hostil, Daniel siguió adelante en el camino emprendido y llegó al noviciado de Las Arenas, donde hizo su primera profesión en 1935 y pasó a Pozuelo para proseguir los estudios eclesiásticos.




Destacaba en él la tenacidad para cultivar la vida interior y sacar adelante los estudios a los que dedicaba mucho tiempo y entu­siasmo. Era gran aficionado a cualquier depor­te. Aparecía siempre de buen humor, optimista y confiado.

Detención y martirio

Tras la detención en el convento, traslado a la Dirección General de Seguridad y la consiguiente puesta en libertad el 25 de julio, los quince Oblatos, sin documentación alguna, en un Madrid desconocido para la mayoría de ellos, se organizaron, siguiendo las orientaciones de los superiores, formando varios grupos para no levantar sospechas y poder encontrar refugio.
Daniel se quedó el último y se refugió en la casa del sastre, José Vallejo, que les hacía las sotanas, donde ya había sido amparado el mayor grupo de Oblatos. Esta familia los acogió hasta la segunda y definitiva detención, el 15 de agosto.


Doña Dulce, la mujer del sastre, los visitaba después en la cárcel, donde permanecieron unos tres meses, y les llevaba las noticias de los Oblatos en libertad.




Daniel permaneció en la cárcel Modelo hasta mediados de noviembre, cuando los últimos trece Oblatos que habían de ser martirizados fueron trasladados al Colegio de los Escolapios de la calle Hortaleza de Madrid, habilitado como cárcel y a la que se le conocía como “Cárcel de San Antón”.
El 28 de noviembre fue “sacado” de la cárcel con otros doce Oblatos para ser inmolado con ellos, ese mismo día, en Paracuellos del Jarama. Tenía 20 años.

Testimonios

El P. Porfirio Fernández, uno de los supervivientes, que se incorporó al grupo en la casa del señor Vallejo, narra así los hechos:

“Llegamos el día 11, temprano, José Guerra y yo, encontrándonos con doce compañeros y mutuamente nos contamos lo vivido. El 12, día del Pilar, nos trajeron hostias consagradas; todo el día en adoración, por turno, y, atardecido, comulgamos por primera vez desde Pozuelo. El 13 pasó el día sin contratiempos; nos acostamos. A media noche suena el timbre; al abrir, se anuncia: “la policía”. Yo estaba acostado junto a Daniel Gómez y otros cinco, en el santo suelo. Al entrar y vernos así, ni nos peguntaron; estaba bien a las claras que estábamos escondidos. En seguida llegan dos coches que nos cargan a todos y nos llevan a la comisaría. ¡Menos mal que con la familia no se metieron, gracias a Dios!

Nos metieron en un salón amplio; había pocos detenidos; todos en silencio. A media mañana estábamos tan apiñados que ni nos podíamos sentar en el suelo. Habían comenzado los registros, casa por casa, en horario nocturno (…). Ya oscuro, comienzan a tomar declaración… A media noche nos llaman a todos, también a los civiles, y nos cargan en el coche celular. Los civiles reconocen las calles y dicen: “Nos llevan a la Modelo”, como ocurre, en efecto.

Sobre la situación en que se hallaban en la cárcel Modelo y las disposiciones con que vivían, nos narra el P. Felipe Díez, otro superviviente:

Yo continué en contacto con personas donde habían estado los Oblatos antes de su detención y que iban a llevarles comida. Éstas nos comunicaban las condiciones en las que se encontraban en la cárcel: pasando hambre, llenos de piojos, pero siempre firmes en la fe y manteniendo un auténtico espíritu de caridad de los unos para con los otros.

Y el mismo P. Felipe subraya con qué heroico espíritu de fe vivieron ese largo período de tragedia:

La única razón que había para nuestra detención por parte de los milicianos es que éramos religiosos. Nosotros no sabíamos de cuestiones políticas ni jamás nos habíamos dedicado a eso. Desde el primer momento en que fuimos detenidos, en cada uno de nosotros había un trasfondo de ser asesinados por nuestra condición de religiosos. En nuestro interior, lo único que trascendía era el espíritu de perdón, por una parte, y por otra, el deseo de ofrecer la vida por la Iglesia, por la paz de España y por aquellos mismos de los que pensamos que nos iban a fusilar.
El único móvil que nos guiaba era sobrenatural, ya que humanamente lo perdíamos todo. Éramos conscientes de que si nos mataban era por odio a la fe cristiana.

Pascual Aláez Medina



Datos biográficos

Pascual Aláez Medina nació en Villaverde de Arcayos (León) el 11 de mayo de 1917. En septiembre de 1929 entra en el seminario de los Misioneros Oblatos en urnieta (Guipúzcoa) donde cursará los estudios secundarios. En 1934 pasa al noviciado de Las Arenas (Vizcaya) y hace su primera oblación temporal el 16 de agosto de 1935, y acto seguido pasa a Pozuelo de Alarcón para comenzar los estudios eclesiásticos. Terminado el primer curso de filosofía y tras un retiro de tres días, renueva sus votos el 16 de julio de 1936, festividad de Ntra. Sra. del Carmen.Le caracterizaba un espíritu alegre, animo­so, bondadoso y confiado. Nunca se sintió capaz de hacer mal a nadie y no se imagi­naba que alguien pudiera hacerlo. Tan sólo tenía 19 años.

Prisión y martirio

Seis días más tarde, el 22 de julio de 1936, fue detenido con toda la comunidad en el propio convento y, después de algunos cacheos, entre miedos y sobresaltos, pasa a formar parte de los siete Oblatos que fueron asesinados en la madrugada del 24 de julio en la Casa de Campo, parque situado entre Madrid y Pozuelo.

Testimonios de dos supervivientes

El P. Felipe Díez, nos narra los hechos:
El ambiente socio-político que existía en Madrid y sus alrededores a mediados de julio de 1936 nos era casi desconocido porque, siendo seminaristas, no íbamos a Madrid ni leíamos los diarios. Sólo escuchábamos las conversaciones y por ellas podíamos deducir que las cosas andaban muy mal.Pero sí teníamos vivencia de que existía un ambiente contra la Iglesia en general y contra nosotros en concreto.Tuvimos que dejar de salir a pasear por los insultos y amenazas graves que proferían contra nosotros. Estando en el mismo convento, oíamos estos mismos insultos y amenazas de los transeúntes cuando pasaban frente al convento. La sensación que teníamos es que algo se estaba fraguando contra la Iglesia y, más en concreto, contra nosotros mismos.
El 19 de julio de 1936, bajé a ducharme. Cuando estaba esperando que saliera el que se estaba duchando, sentí ruidos y carreras que me extrañaron, abrí la puerta del pasillo y, cual fue mi sorpresa, cuando al abrir la puerta me encañonaron con un revólver. Yo le dije que me iba a duchar y me dijeron: “¡Sal a la huerta!”, a lo que respondí: “Pero yo quiero vestirme”, y me repitieron de nuevo: “¡No, sal a la huerta!”, y al salir yo en dirección a la puerta me encontré con uno al que llamaban Guerrero que acariciaba la culata de la pistola y me dijo: “¡Entra ahí!, ponte mirando a la pared y con las manos arriba. Esto se termina”. Yo entré e hice lo que me mandó. Encontré a dos seminaristas más en la misma postura: Angel Villalba e Isaac Vega. Yo, al ponerme al lado de Isaac, le dije: “Isaac, llegó el momento de ir al Cielo”.
En ese momento pasó el P. Vega y nos dijo: “Hagan el acto de contrición que les voy a dar la absolución general”. Yo quería rezar el Señor mío Jesucristo, pero no me salía, pero sí me salían actos de amor a Dios, de perdón hacia los que pensábamos que nos iban a fusilar y de ofrecimiento de la vida por los que nos mataban, por la Iglesia y por España.
A esa habitación donde yo estaba fueron introduciendo a todos los miembros de la comunidad.Después de un rato de estar así, con un calor asfixiante, nos mandaron salir a la huerta, pero ya detenidos y en consecuencia sin libertad de movimientos. Yo me acerqué al P. Delfín Monje y le comenté mi situación, ya que sólo iba vestido con la sotana. Él me dijo: “Dile a un miliciano que te acompañe y ponte la mejor camisa para morir bien vestido”. Así lo hice y me devolvió al grupo.

El P. Ángel Villalba, otro de los prisioneros supervivientes, nos cuenta:
Estábamos en la sala e estudio. Los milicianos entraron en casa, tomándola como posesión suya, y nos llevaron a todos a la planta baja, convirtiendo el comedor en dormitorio común. Ellos se apropiaron las habitaciones de los profesores convirtiéndolas en “checas”. Uno de los Siervos de Dios, creo que fue Pascual Aláez, fue llamado para ser interrogado. Cuando volvió, Pascual estaba aterrorizado del interrogatorio. Incluso comentó que le habían amenazado con una pistola.
Recuerdo que también llamaron a otros a declarar, aunque ya no podría precisar quiénes fueron.
Más tarde los milicianos nos sacaron del comedor y nos pusieron a todos en fila en el pasillo y leyeron una lista de siete nombres. Se llevaron a los siete y nunca más se supo de ellos. Los nombres de los que se llevaron fueron el P. Juan Antonio Pérez, Pascual Aláez, Cecilio Vega, Francisco Polvorinos, Manuel Gutiérrez, Justo González y Juan Pedro Cotillo.

Serviliano Riaño Herrero




Datos biográficos

Serviliano Riaño Herrero nació en Prioro (León) el 22 de abril de 1916. En 1927 ingresa en el seminario menor de los Misioneros Oblatos de Urnieta (Guipúzcoa), donde cursa estudios secundarios hasta 1932, año en el que pasará a noviciado de Las Arenas (Vizcaya), donde hará su primera oblación el 15 de agosto de 1933. Se traslada a Pozuelo de Alarcón para incorporarse a la comunidad del escolasticado y proseguir los estudios con miras al sacerdocio. Serviliano sigue siendo el joven humilde, sencillo y siempre muy piadoso, extrovertido y jovial, se preparaba para dar salida a su celo en cualquier misión extranjera. 20 años.

Detención y martirio
El 22 de julio de 1936 fue detenido con todos sus hermanos de comunidad de Pozuelo. De modo no del todo inesperado y siempre violento, el convento fue convertido en cárcel. De ella fue sacado Serviliano con sus compañeros de prisión hasta la Dirección General de Seguridad, en el centro de Madrid. Liberado al día siguiente, comienza una vida en clandestinidad con algunos de sus compañeros, hasta que el día 15 de octubre fue de nuevo detenido y encarcelado. El 7 de septiembre de 1936 oye su nombre entre los que son llamados a ser “puestos en libertad”. Consciente de lo que esto significa y preparado para aceptar el sacrificio de la oblación cruenta a que Dios lo llama, pide y recibe la absolución, por la mirilla de la celda vecina, al P. Mariano Martín, o.m.i.. Con ánimo decidido sube a la camioneta que le trasladará hasta Soto de Aldovea, lugar cercano a Paracuellos del Jarama. Allí fue martirizado. Tenía 21 años.

Testimonio

Sabina, religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos y hermana de Serviliano, habla del ambiente profundamente religiosos que se vivía en familia y en todo el pueblo de Prioro, de donde han florecido muchas vocaciones religiosas y sacerdotales. Cuando él fue al seminario, yo ya estaba en el convento. Después nos escribíamos con cierta frecuencia. Me solía recordar que la generosidad y el sacrificio son piedras preciosas y esenciales para los cristianos y más para los religiosos. En las cartas se mostraba siempre muy entusiasmado con su vocación, sobre todo con su vocación misionera.
Cuando me escribió con motivo de mi profesión dice que se siente orgulloso de tener una hermana religiosa (y otra más, Consuelo),
y dice que mi profesión es el reflejo de un día grande y futuro que él espera para sí mismo:
“Sí, tu lo sabes; cada mañana aquella
yo lloraré de gozo y esperanza,
porque tu profesión es un reflejo
del sueño de mi alma”.

Era muy aficionado a escribir poesías y también en ellas dejaba ver el entusiasmo con su vocación sacerdotal y misionera.
(Durante la persecución religiosa)
yo le decía a la hermana Clotilde: “Tantos religiosos mártires de una congregación y de otra, y nosotras, ¿no seremos ninguna digna del martirio?” Se lo decía de corazón.
Cuando llegó la noticia de que habían fusilado a Serviliano, me dice esa madre: “Ahora estará usted contenta, ¿no?” Yo le dije: “Tengo una pena enorme, porque quería a mi hermano muchísimo; pero por otra parte tengo también una gran alegría al pensar que tengo un hermano mártir”. Desde entonces siempre le he tenido como un mártir.

Pasamos mucho tiempo sin saber nada más de él. Vivíamos angustiados de no saber qué pasaba con él. Y la angustia aumentaba cuando llegaba la noticia de la muerte de otros del pueblo ( dos Agustinos de El Escorial también martirizados).
Después ya nos dijeron que a Serviliano lo habían identificado por un papelito que llevaba en la chaqueta. Entonces fue mi padre a Madrid. Cuando volvió, a mi madre le contó sólo algunas cosas, pero a mi me dijo que le habían dicho cómo había muerto: le ataron por el brazo con otro, le ataron las manos a la espalda, le cortaron sus partes, le dieron un tiro y cayó en la zanja con todos.
Lloraba mi padre al contármelo. A la vez manifestaba su gran convicción de que su hijo era mártir.

jueves, 7 de enero de 2010

Justo González Lorente


 
 
 
Datos biográficos

Justo González Lorente nació en Villaverde de Arcayos (León) el 14 de octubre de 1915. Su familia, conocida en el pueblo como muy cristiana, facilita y cultiva en él la vocación religiosa, siguiendo así las huellas de varios hijos e hijas del pueblo.
El 14 de agosto de 1927 ingresa en el seminario menor de los Misioneros Oblatos de Urnieta (Guipúzcoa) y en 1932 comienza el noviciado en Las Arenas (Vizcaya). Hace su primera oblación temporal el 15 de agosto del año siguiente. En una carta a su hermana Dionisia, religiosa, decía que él ansiaba ardientemente culminar esa etapa de su vida para entregarse de lleno a Dios por la consagración religiosa.
Pasa a Pozuelo para proseguir los estudios llevando con gran rigor su formación intelectual y espiritual. Parecía algo tímido y sentimental; pero era alegre, servicial y amigo de todos. Al terminar el primer año de teología se disponía a hacer su oblación de por vida. Tenía gran ilusión por ser misionero.

Detención y martirio

El 22 de julio de 1936 las circunstancias van a cambiar la ruta de sus sueños. Fue detenido con toda la comunidad oblata en el mismo convento, que quedó aquel mismo día convertido en prisión. Dos días más tarde, en la madrugada del 24 de julio, Justo fue sacado del convento con otros seis Oblatos y con un seglar, padre de familia, Cándido Castán, encarcelado en el convento. Todos ellos fueron martirizados en la Casa de Campo de Madrid. Justo tenía 21 años.

Testimonio

“Los Siervos de Dios (los Oblatos de Pozuelo), afirma un testigo, preveían el martirio, dado el ambiente de hostilidad que reinaba en todas partes contra la Iglesia y sus miembros. Desde meses antes de su detención estaban advirtiendo que sus vidas corrían peligro por los insultos y amenazas de muerte que con frecuencia les hacían por el simple hecho de ser sacerdotes o religiosos. Esta situación motivaba en todos una preocupación por prepararse a lo que Dios en su providencia amorosa les estuviera reservando, manteniendo una actitud serena en un ambiente de fervor como preparación inmediata a lo que estaban previendo. Convencidos estaban todos que si la muerte les llegaba era tan sólo por odio a su fe cristiana y al hecho de ser personas consagradas”.

           Justo era uno de ellos.

José Guerra Andrés



Datos biográficos

José Guerra Andrés nació el 13 de noviembre de 1914 en León. Fue bautizado el 9 de diciembre del mismo año. De muy joven se entusiasmó con la vocación misionera y en septiembre de 1926 ingresó en el seminario menor de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada en Urnieta (Guipúzcoa). Allí cursó los estudios secundarios que le prepararon intelectual y espiritualmente para ingresar en el noviciado en Las Arenas (Vizcaya) el 13 de septiembre de 1931 e hizo sus primeros votos el 14 de septiembre de 1932.

Detención y martirio

Ya en Pozuelo, incorporado a la comunidad del Escolasticado, inicia sus estudios eclesiásticos. Junto con el estudio, pone al servicio de la comunidad sus habilidades para la pintura y decoración.
Cuando ya había terminado el segundo año de teología y tenía ante la vista la oblación perpetua, el 22 de julio de 1936, fue detenido con toda la comunidad religiosa y hecho prisionero en el mismo convento. Llevado a la Dirección General de Seguridad el 24 de julio, recupera la libertad que le permite refugiarse con otros Oblatos por diversas casas. El 15 de octubre fue detenido nuevamente con los demás Oblatos y encarcelado.
El 28 de noviembre José Guerra fue sacado de la cárcel con doce de sus hermanos e inmolado en Paracuellos del Jarama. Tenía 22 años.

Testimonio

“Sobre la vida que llevaban en la cárcel, dice un testigo
, quiero señalar dos aspectos. Uno fue la dedicación que tuvieron los religiosos hacia los demás prisioneros, en cuestión de enseñanza y caridad, dentro de sus posibilidades. Intentaban vivir una vida de piedad, incluso rezando el Rosario.
“El segundo aspecto era el trato que recibían por parte de los carceleros. Fue muy duro, intentando separar a los más jóvenes, buscando que blasfemasen y que apostataran de la fe, comentando entre los milicianos que si no podían con los más jóvenes, con los mayores sería imposible. ‘Estos no tienen remedio’ decían los milicianos. Llegaban inclusive al maltrato físico dándoles culatazos en los pies, siendo ésta una de las torturas más frecuentes.
“Las condiciones físicas eran muy duras porque no les daban de comer con regularidad y además la comida era mala. Apelotonamiento en las celdas, pasando frío. En la cárcel de San Antón el hacinamiento era tal que algunas noches tenían que dormir de pie”.