miércoles, 7 de noviembre de 2012

¡Oh, sacerdocio, qué caro me cuestas!



El Beato Justo Pérez González nació en Villaverde de Arcayos el 14 de octubre de 1.915. Ingresó en la congregación en Septiembre de 1.927. Primeros votos el 15 de Agosto de 1.933. En su camino académico hacia la ordenación sacerdotal, había hecho ya 2º año de teología.  Fue fusilado en la Casa de Campo, cercanías de Pozuelo, por los mismos motivos que sus compañeros de Martirio: por su fidelidad a Cristo y a su vocación religiosa. Tenía 21 años.

Transcribimos a continuación unas páginas incompletas de su “diario”, hecho en el 5º año de Juniorado, en Urnieta (Guipúzcoa). Lo dedica a su hermano Bernardo.
Tomado muy en serio, está dividido en capítulos, con su correspondiente prólogo e índice como obra en regla. En el índice hay indicados, como si tuviera prisa, capítulos futuros posibles.
No hay que buscar aquí la intimidad de un Diario privado, ya que está destinado a la lectura de otros; pero de todos modos  no deja de ser un precioso exponente de sus pensamientos y de su ideal desde sus jovencísimos años de bachillerato. Más tarde hará el noviciado en Las Arenas (Vizcaya). Lo finaliza con su primera profesión religiosa y pasa a Pozuelo (Madrid) para cursar los estudios eclesiásticos. No tenemos escritos suyos de esta última etapa de su vida, sólo testimonios de sus compañeros supervivientes.


                                             
Aspirantes en el Juniorasdo de Urnieta cuando Justo escribía esto


MI DIARIO
Dedicatoria: A mi querido hermano Bernardo.

Prólogo

Querido Bernardo:
                             Desearía que esta obrita no la rompieses como otra carta cualquiera. Es un librito donde he dejado escribir libremente a mi pluma; donde mis ideas se han grabado; en suma donde mi alma se ha retratado; por tanto debes conservarlo como un compendio de todas mis ideas. Cuando leas el primer capítulo te dirás sin duda para tus adentros: “Esto, cuando lo escribió estaba llorando.” Si tal dices, te engañas. Bien se conoce que has leído poco. Yo conozco a un predicador, que en lo más acalorado de su discurso y cuando ve que la gente llora rompe también él a llorar aparentemente y se tapa el rostro con las manos de tal modo que se está riendo, pero a lo grande, Y con esto no te quiero decir que no me sintiera algo conmovido al escribir este capítulo.
Si no lo lees tú, dáselo a leer a madre.

¡Qué largo!
(nostalgia de la familia y de su pueblo natal)

¡Dios mío! ¡Y que ya no vuelva a ver a mis padres, a mis hermanos y a mis amigos! ¡Y tener que pasar ocho años sin volver a ver a mis sobrinitos! Tengo dos sobrinos y al uno no le conozco y hasta que no pasen ocho años no le conoceré. ¡Qué encanto podrá tener para mí mi sobrino pequeño cuando tenga ya nada menos que nueve años! Sólo mi sobrino mayor me es conocido; y sus gracias y encantos de ángel aún están grabados en mi mente y espero y aseguro que jamás se borrarán y mis hermanos se casarán y yo no asistir a sus bodas. Y tendrán hijos y yo sobrinos y no los conoceré hasta dentro de ocho años. ¡Dios mío, qué duro y qué largo es el destierro!

            ¿Te acuerdas, Bernardo, que una vez que hablábamos tú y yo sobre el próximo sobrino te dije yo que hicieras tú de padrino en nombre mío? Pues bien, hace dos meses que en clase de catecismo, hablando sobre el Sacramento del Bautismo, preguntando que quiénes podían ser los padrinos, supe que los religiosos no podían serlo, a no ser en caso de necesidad. Y, ¡qué pena la mía! Porque si he de ser religioso no podré ser padrino de ningún sobrino como te decía aquella vez. Hasta a ser padrino tengo que renunciar. ¡Oh, sacerdocio qué caro me cuestas!

            Condenado estoy a no saber nada, se puede decir, de mi casa. Estoy viendo que el día menos pensado se muere mi padre o mi madre o alguno de mis hermanos y yo no lo sabré hasta ocho días después. ¡Oh, insensatez! ¿Por qué no me lo han de decir? ¿No ven ustedes que cometen una grave falta quitándome a mi el poder rezar por el alma del que tenga la desgracia de morir? Con mis oraciones, comuniones y súplicas, podría yo sacarle pronto del Purgatorio. Pero desventurado de mi y del difunto, si por no avisarme antes, pasa más tiempo, del que tendría que pasar rezando por él. No carguen ustedes con una responsabilidad tan grande. Si se muere alguno o cae gravemente enfermo, díganmelo enseguida. ¿Creen ustedes que me va a dar la “ventolada” de irme a casa? ¡Vamos! Tengan un poco de más confianza en mí. Lo primero que necesitaba pedir dinero a casa y lo segundo que ustedes no me lo mandarían, lo tercero que no soy tan caprichoso como creen ustedes. No se yo qué iba a adelantar con marcharme a casa y nada más porque se murió uno. Tengan un poco de más confianza en mí.

Vacaciones.

            ¡Cuánto siento no ir este año a vacaciones! Es cierto que si voy tendré que trabajar mucho, pero... se tiene más libertad en casa. Con cuánto gusto no iría. Aliviaría algo a Julio y nos divertiríamos mucho. ¡Estará Julio con unas ganas de que vaya yo! Ya se explica, estarán Samuel, Ángel, Lupicinio y compañía más orgullosos. Porque ahora serán ellos los gallos. Si estuviera yo allí, ya les enseñaría a bajar la cabeza. Pero, qué le vamos a hacer, Julio. Nuestro Señor dijo que “el que se ensalza, será humillado y el que se humilla, será ensalzado.”

            Anda, que el día que vaya yo a Villaverde con sotana hecho un cura y que pueda decir misa, más de 4 se chuparán las uñas; y el día que padre muera, lo cual no quiero que suceda hasta que yo cante misa y le pueda dar la comunión, el día que padre muera, digo, y haga testamento, gran parte de lo que me toque a mí te lo daré a ti, Julio, te lo daré a ti y sin que me des renta alguna. Por tanto ruega a Dios para que yo siga en la doble carrera de Sacerdote y Misionero.

            En cuanto a las vacaciones, siento muchísimo no ir, pero créanme, me quedo también muy contento. Por un lado querría ir, porque, eso de volver a ver otra vez Villaverde y todos sus encantos... pero por otro lado me contenta el tirarme un verano bien tirado. Podré leer muchos libros y qué se yo cuantas cosas. Estaremos casi solos y somos once. Jugaremos por la mañana, antes que caliente mucho el sol, y por la tarde, cuando se esté ya poniendo. Nos encargaremos de la limpieza de la casa, y después de comer, siesta o paseo. En fin, dos meses de ole y ole. Desearía ir a casa para pasar las vacaciones, pero también me quedo aquí muy contento. No sé si nos dejarán bañar e ir al río. Entonces si que... Nada, que pasaremos unas vacaciones alegres. Y si puedo les escribiré a menudo.

(Como ayudante del enfermero) yo no hago más que llevar la comida o alimentos que me dice el Padre Enfermero. Suelo llevar por la mañana, al medio día, por la tarde y por la noche. Y esto lo hago durante los recreos. No pierdo mucho tiempo de jugar. En un recreo que hay después del desayuno, tengo que ir a la enfermería que es un cuarto pequeño donde hay mucha clase de medicinas y allí curo a los que yo sé curar, que no pasa de dolores de muelas, heridas, catarros, etc., etc. También voy por la noche. Sin embargo, debo advertirles, para su tranquilidad, que cuando la enfermedad es contagiosa no asisto yo. Entonces lo hace el Padre enfermero.

            Hace tiempo pensé en enviar una revista al Sr. Cipriano para que viera lo que son los frailes, pero como en su casa vive Mercedes, no quise que nadie tuviera algo que decir, y por eso no se la he mandado pero buena falta le hacía. Pero se me ocurre una idea inspirada por el Espíritu Santo, y una vez que vaya usted, padre a casa del Sr. Cipriano, vaya provisto de La Purísima en que haya algún capítulo interesante en que muestre claramente los sufrimientos y trabajos del misionero por convertir un alma. Y sucederá probablemente que mi buen Cipriano le pregunte por mi; entonces usted hará que la conversación pase de mis costillas a las de los frailes. Usted entonces le preguntará:
Vamos a ver, Cipriano, ¿qué entiendes tú, qué crees tú, que es un fraile?
Una gente, dirá él, que lleva buena vida.

Entonces le sacará usted la revista y probará lo que son los frailes. Pero tal vez el dirá que eso es mentira.
- Hombre : dirá usted :  ¿Tú crees en la Historia?
- Sí creo.
- Pues esto está sucediendo ahora. Pero ya que crees en la Historia, dime,  ¿quién evangelizó el Nuevo Mundo? ¿Quién se sacrificó por aquellos indios?.
- Cualquiera se sacrifica habiendo tanto oro allí.
- ¿Si? Pues si es que iban por el oro, ¿por qué no hicieron lo que los demás, coger bien de oro y lo demás a la porra?  El P. de las Casas dio parte a los Reyes Católicos que los españoles maltrataban a los indios… ¿Conoces la vida de S. Francisco Javier?
Y no tendrá nada que decir.

Algo de la vida.

            Los días más felices para los estudiantes aquí, son los días de fiesta y los domingos: Nos levantamos a la hora de siempre (seis y cuarto), hacemos la oración de la mañana que dura diez minutos y la meditación que dura quince. Bajamos a la capilla, oímos Misa y subimos a la sala de estudio, coge cada uno su libro de lectura y a leer. Tenemos novelas de todas clases, aunque a nosotros no nos las dan todas a leer. En primer año no se leen novelas, en segundo ya se leen muchas, pero todas ellas de poco valor literario. En tercer año ya se leen algunas de bastante valor, en cuarto año se leen mejores, y en quinto año, que es el que estudio yo, se lee de lo mejor. Dirán ustedes que “total, todas tratan de frailes”. No señor, son diez veces más las que tratan de otros asuntos que las que tratan de frailes, excepto las que leen los de segundo año. Al contrario, conozco varias que tratan de jóvenes enamorados, y no son impuras, al contrario tratan del amor como debe ser. Nada de actos malos no conversaciones picantes.
            Pues, ¿qué creen ustedes? Estos días hemos estudiado los retóricos (o sea, los oradores) el sacramento del matrimonio. No se si sabrán qué quiere decir “retórico”. Retórico significa orador. Por eso a los de mi curso se nos llama retóricos porque estudiamos la retórica o sea el modo de hacer y pronunciar discursos.
            Aquí hay la costumbre de echar un sermón cada retórico. Este año somos 11 retóricos. Mi sermón trataba de la divinidad de Jesucristo. Tenía que probar la Divinidad de Jesucristo primero por sus propias palabras, por sus milagros, por sus profecías y por su Resurrección. Lo eché por la noche. No crean ustedes que echamos los sermones para convertir a alguno; no es más que para acostumbrarnos, y el día de mañana, cuando vayamos a misiones, poder pronunciar un sermón cualquiera. Por supuesto los hacemos nosotros mismos. Ya me comprometía yo a echársela a algún cura y a muchos diputados que hoy día están en el parlamento y que antes de la República no eran más que unos limpiabotas. Y esto no sólo soy yo el primero que lo dice: nuestro profesor de oratoria lo ha dicho varias veces.

N. B. Todo esto lo escribió antes de hacer el noviciado y comenta más adelante que aún no saben dónde lo van a hacer. En esa vida de cada día deja traslucir las inquietudes de su vocación misionera y sus anhelos de hacer el bien mediante su ministerio sacerdotal. Testigos de su propio pueblo natal hablan de su ferviente vida de piedad y de  su generosidad de servicio a la parroquia en años anteriores a este escrito, cuando aún podía ir de vacaciones.
Sus anhelos misioneros fueron cruelmente segados en la flor de  la vida Pero el Señor de la mies lo coronó con la palma del martirio.



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