sábado, 8 de diciembre de 2012

Oblación suprema




El P. José Antonio Antón Pacho pasó recientemente por la casa general de los Oblatos, en Roma, y visitó la pequeña capilla llamada del Fundador, donde se venera la reliquia de su corazón. Un corazón grande como el mundo, dijo de él un obispo contemporáneo suyo a a raíz de una con él. Esa visita le impresionó al P. Pacho y le inspiró el escrito que a continuación publicamos.  El autor quiere ver ese corazón de “varón apostólico” latiendo en el pecho de cada Oblato. ¡Ojalá fuera sí! Lo fue ciertamente para cada uno de nuestros Mártires: tras estudiar sus biografías y los testimonios que tenemos, doy fe de ello.
La frase entrecomillada y en azul está sacada del folleto OBLACIÓN Y MARTIRIO, para orar seis días con nuestros Mártires de la mano de san Eugenio, que se publicó en varias lenguas, incluido el vietnamita, en 2011.

Cuando preparaba mi tercer día deL Triduo a Los Beatos Mártires Oblatos, 28 de Noviembre, abrí el ordenador, y escribí la frase que iba a ser el arranque de la homilía: "Cada Oblato esté dispuesto a dar la vida. Y si se da con derramamiento de sangre, tenemos una oblación suprema". (San Eugenio).
Aparqué mi canto a los mártires, y contemplando esta foto, me brotaron estos sentimientos que comparto con vosotros:
La oblación suprema

           Como las olas se extinguen,
                   se extinguió un corazón sano
                   dejando estelas de luz,
                   semillas, en tierra, brotando
                   No murió el corazón,
fuego ayer,
preso hoy,
en un frío relicario.
Dejó de latir, sí  
un corazón solitario
mientras en el mundo
laten, impulsados            
por su fuerza,                          
miles          
de corazones Oblatos
Arraigó la semilla, creció,
rompió cristales,
espolvoreando cenizas,
en la libertad del viento
por tierra , desiertos y mares.
                   Quise tocar, palpar,
                   lo tangible,
                   esponja cenicienta,
                   con poros flameantes.
                   Sentí calor y,
                   escaparon de mis manos.
                   Volaron antorchas,
                   nube de luz, cabalgando libremente,
                   por montañas y por llanos.
                   Dejó de latir,
                   un corazón derretido,
                   por el calor del amor,
dejando en pebetero,
brasas que fueron:
                   el fuego de su vida
                   en su grande corazón.
                   NO, NO ES SU SITIO
                   EL RELICARIO.
                   ES CUALQUIER RINCÓN DEL MUNDO
                   DONDE TRABAJA UN OBLATO. 

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