viernes, 1 de marzo de 2013

Espíritu misionero de los Mártires




Especialistas de las Misiones difíciles

Así bautizó Pio XI, el Papa de las Misiones, a los Oblatos, sopesando sin duda la labor heroica que desarrollaban en el Polo Norte. Nuestros Mártires respiraban a pulmón lleno el espiritu misionero en Pozuelo, donde, además de la academia de misiones, se había traducido el entonces famoso libro de la epopeya blanca titulado En los hielos polares. El beato José Vega, uno de los padres formadores, en un artículo que escribió para la revista oblata La Purísima, junio de 1927, nos deja entrever cómo se cultivaba ese fuego sagrado aprovechando el paso de algún misionero por la comunidad, se trata del P.  Pedro Fallaize. Más tarde pasará también Mons. Guyomar o.m.i. (1884-1956), otro gigante del trópico  y arrastrará tras sí a Simeón Gómez, primo del beato Daniel Gómez, que fue el primer Oblato español que se embarcó rumbo a  Sri Lanka o Ceilán, como se decía entonces.

Mons. Pierre Fallaize. o.m.i., 1887-1964), de quien habla el beato José Vega el artículo que publicamos más abajo, era un normando de pura cepa. Nació  en Gonneville-sur-Honfleur (Calvados, Francia). Huérfano de padre y madre, ingresa en el seminario menor de Lisieux en 1899. En esa misma localidad había fallecido dos años antes Santa Teresita del Niño Jesús.

Hace el servicio militar y, al licenciarse, decide seguir los pasos de su paisano Mons. Arsenio Truquetil o.m.i., el legendario obispo de los hielos polares. Solicita entrar en la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y, sin esperar la respuesta, el 25 de diciembre de 1907 se presenta en Bestin (Bélgica) para iniciar el noviciado. Es ordenado sacerdote en 1912 y al año siguiente se embarca rumbo al Polo Norte, donde los Oblatos tenían las misiones consideradas entonces como las más difíciles.

Con 44 años, el 13 de septiembre de 1931, es ordenado Obispo. Pero ocho años después tuvo que presentar la dimisión: el reflejo del sol sobre la nieve  le causó la ceguera. Acepta esta contrariedad con paciencia heroica. Los Inuit o esquimales los llamaban Inuk ilaranaikor (el hombre que nunca se enfada).

Al carecer de la vista, se ve obligado a regresar a su tierra natal, donde cambia el báculo episcopal por el bastón de los invidentes y se entrega en cuerpo y alma al ministerio de la reconciliación, tanto en la comunidad de Carmelitas de Lisieux como a favor de los numerosos peregrinos que acudían a Lisieux atraídos por la devoción creciente hacia la Santa del "pequeño camino". Allí ejerció ese ministerio durante 40 años.

Pero su corazón misionero añoraba la compañía de sus queridos esquimales. Ciego y todo, en 1960 volvió al Polo y allí, en Fort Smith, entregó su alma a Dios poco después, el 10 de agosto de 1964. 
Usque ad ultimum terrae (hasta el extremo de la tierra) era su lema episcopal y a fe que lo vivió: Somos los últimos, más allá ya no hay más inuit (hombres), le habían asegurado los habitantes del Polo Norte.

Pronto se extendió su fama de santidad tanto en los hielos polares como por la patria de la Patrona de las Misiones y por eso la diócesis de Bayeux-Lisieux puso en marcha el proceso de su canonización.


Para leer el artículo del beato José Vega, resumen de la charla del entonces P. Fallaize, pinchar aquí:




Por tierras de esquimales



        La transitoria y breve permanencia de los padres de las Misiones extranjeras entre sus hermanos de Europa, durante los raros viajes de descanso que suelen hacer, nos traen siempre muy dichosos ratos y hasta dulces ensueños que espontáneamente nacen en nosotros al contacto con su azarosa vida apostólica.

        El suelo

        Los esquimales habitan el gran páramo del Extremo – Norte canadiense, que se extiende desde la costa del Labrador hasta la costa opuesta del  Alaska de Este a Oeste; y de Sur a Norte desde el fondo de la bahía de Hudson hasta la tierra de Baffin y Océano Glacial, entre los 55º75º de latitud.
        Es este el suelo más ingrato que exista y que imaginarse pueda; nueve meses del año se halla enteramente cubierta de hielo y nieve, y ni aún durante los tres meses de verano brota hierba, árbol o planta laguna, a excepción de lagunas flores en reducidos oasis vecinos al mar.

Los habitantes – Su condición

        A pesar de la ingratitud y absoluta esterilidad de esta paramera, el Esquimal se ha identificado de tal modo con ella que parecen haber sido hechos el uno para la otra, y ni por todo el oro del mundo consentiría en trocarla.
        Obligados a vivir de la pesca y de la caza, van errando por aquellas soledades, cual tribus esencialmente nómadas, tras el caribú, el oso o la zorra, y otros animales, o en derredor de lagos y estrechos en busca de las focas. Sus viviendas de nieve son miserables y siempre provisionales; la leña absolutamente desconocida, no queriendo el esquimal acercarse jamás a las selvas.

Carácter y costumbres

        El carácter de los Esquimales es muy distinto del de los demás salvajes del Norte.
        Se denominan a sí mismos “modestamente” los hombres por excelencia, mientras que con gran desprecio designan a los indios un nombre que quiere decir: “los nacidos de las larvas o gusanos de sus pieles”. Ni se creen tampoco inferiores a los blancos, a quienes califican con una sola palabra general, que parece significar en su lengua: los enfurruñados.
        Son bastante inteligentes y también hospitalarios, lo cual no quiere decir sin embargo, que se pueda vivir con ellos en absoluta tranquilidad, pues esta última sufre repetidas crisis a causa del efecto, asimismo característico, del Esquimal, y que podríamos designar con estas dos palabras: carácter infantil.
        Y en efecto: mientras el blanco sonría y al esquimal no le suceda ninguna desgracia, cuales son la falta de pesca o de caza y otras por el estilo, la hospitalidad es perfecta, pero si se deja sentir el hambre u otra contrariedad cualquiera, entonces el esquimal lo mismo que el niño ya no se posee, mas con la notable diferencia de que para desahogar su cólera no se contenta, como el niño, de vanos gestos o amenazas, sino que se traducen en actos.
        Entre los mismos esquimales, una inevitable pelea de los perros respectivos puede dar ocasión hasta a tres y cuatro muertes en la misma tribu.

Evangelización de los esquimales

        He aquí, amables lectores, en una sucinta y general descripción, lo que es el gran páramo del Extremo – Norte y quienes son los que le habitan.
        Para deciros hasta ahora algo en particular de su evangelización, me limitaré a hablaros de algunos cientos, con los cuales ha entrado en contacto el P. Falaize y que andan errando en rededor del Lago Mayor del Oso, en un espacio de miles de kms. Entre 67º y el 70º de latitud.
        Mientras los Esquimales establecidos en las orillas de ambos océanos vivían, hacía muchísimos años, en contacto con los blancos, de quienes recibían el material de caza y pesca a cambio de preciosas pieles con que estos se enriquecían vendiéndolas en Europa y América, los Esquimales del Lago Mayor del Oso eran enteramente desconocidos hasta hace 20 años, en que por primera vez se encontró con ellos el explorador Stephanson. Pocos años más tarde, en 1912, venían a establecerse ya entre ellos dos jóvenes misioneros Oblatos, los PP. Rouvière y Le Roux: mas ¡ay! Su apostolado no había de durar mucho, y al año de llegar ambos dos enrojecían con su sangre las blancas y perpetuas nieves polares, asesinados por los salvajes, el uno a puñaladas y el otro con su misma escopeta de caza, sirviendo luego de pasto a la ferocidad y canibalismo de los asesinos.

Nuevo triste ensayo

        Mons. Breynat, vicario apostólico de Mackenzie, afligido en el alma por la pérdida cruel de dos de sus celosos misioneros, acordándose del célebre Tertuliano: “Sangre de mártires es semilla de cristianos”, juzgó que no debía detenerse ante la primera sangre vertida por la noble ambición de ensanchar más el reino de Cristo en la tierra. En 1919 designó otros dos Padres para empezar de nuevo la evangelización de este país: los elegidos fueron el P. Frapsauce – quien ya había hecho un viaje al Lago del Oso en busca de los restos de los dos mártires -, y el P. Falaize que por aquel entonces tenía su residencia 1500 km. más abajo, en el Lago Mayor de los Esclavos. Este último no pudo, sin embargo, partir hasta un año más tarde, y el P. Frapsauce hubo de irse acompañando solamente por un Hermano.
        Al año siguiente, 1920, emprende el P. Falaize a su vez el largo y peligros viaje: los 1000 primeros km. Serán de relativa tranquilidad, en un barco que le conduce al caudaloso Mackenzie hasta la misión de Santa Teresa. Los 500 kms que separan a ésta del Lago del Oso serán de prueba para el misionero y sus acompañantes, pues el afluente del Mackenzie que comunica con el lago les obliga a hacer continuas cargas y descargas para avanzar algunos centenares de metros sirviéndose de sogas y poleas para el arrastre desde ambas orillas.
        Así no es de extrañar que empleasen 54 días en los primeros 130 kms, y que escribiera al final de la jornada el P. Falaize: “Si el P. Frapsauce no me hubiese aguardado desde la primera tarde hubiera renunciado al viaje.”
        Llegados al lago y a poca distancia de la misión, intentan señalar su llegada con descargas de fusilería, pero inútilmente. El Padre, que pocos días antes ha sido visto pescando bajo el hielo en una de las bahías del lago, no da señales de vida.
        Parte en busca suya el P. Falaize apenas echa pie a tierra, con el alma llena de tristeza y con el presentimiento de que haya llegado a tiempo para no ser ya el compañero deseado y sí sólo   su sucesor. Al cabo de tres o cuatro días de inútiles pesquisas el P. Falaize se confirmó en sus primeras sospechas; no le cabía duda: su predecesor había sido sepultado bajo hielo.

Las penas del misionero


        Debía, pues, el nuevo misionero empezar solito y sin conocer una palabra del intrincado lenguaje esquimal, en aquella tierra, que hasta entonces se había mostrado únicamente ávida de sangre del misionero.
        Se puso en seguida a aprender la lengua, teniendo por diccionario al joven Gabriel, un esquimal avispado que chapurreaba el inglés.
        A fuerza de trabajo, de paciencia y de sonrisas, la lengua sumamente complicada, fue entrando. Y no creáis, amables lectores, que lo de las sonrisas es un inútil pleonasmo; no lo piensa así el misionero, que está hoy muy agradecido a uno de sus hermanos en religión por haberle dado este excelente consejo antes de empezar su apostolado entre los esquimales: “Procura no enfadarte nunca con ellos.”
        ¿No recordáis el calificativo que dan los esquimales a los blancos? Pues juzgad ahora de la ventaja que sobre ellos ha obtenido el Padre.
        Le llaman Innuk- Ilaranaittor, es decir, el esquimal que no mete miedo porque nunca se enfada. Pero no vayas a creer que se acabaron todas las dificultades, ahora que el misionero sabe la lengua y ha sido bautizado con tan bonito nombre.
        Ahora que el misionero ya sabe hablar, es menester que abandone su casita, muy semejante a las chozas esquimales, y que siga con ellos la misma vida errante, alimentándose como ellos de la pesca y de la caza, bajo una temperatura que oscila entre los 50º y 60º bajo cero, llegando a veces a los 70º.
        Y no paran aquí las dificultades: porque esta porción de esquimales son, aunque inteligentes, muy tardos en comprender lo que hay de más sencillo en el catecismo, y el misionero deberá resignarse a prolongar su instrucción por años y años, antes de poder admitirlos al bautismo, aún suponiendo que su labor no sea enteramente destruida por los varios años de separación que pueden sucederse entre uno y otro encuentro con el misionero.
        ¿Cuál es su religión primitiva? Creen en Dios o en un espíritu bueno, quien por el hecho de serlo no puede causar mal a nadie, y por consiguiente, en su lógica, no hay por qué preocuparse. Creen además en otros espíritus malos entre los cuales colocan en primer término a sus antepasados. A estos, sí hay que tributarles un culto, porque siendo malos pueden enfadarse y hacer daño a los esquimales.
        ¿Y qué pensáis que es el sacerdote de este culto?
        Un señor muy poderoso, sí, y de muchísima influencia en la vida del esquimal. El brujo o el hechicero, como queráis llamarle, el enemigo mortal del misionero, el que removerá cielo y tierra para destruir su obra y hasta pondrá en peligro su vida.
        Escuchad una historieta, que acaso logre, no haceros creer en brujas, no; pero sí tal vez, entrever los cuernos y quizás también la cola de aquel hombrecillo feo, que acostumbra esconderse tras de la cruz para hacer muecas.
        En una de las correrías que el Padre suele hacer con los salvajes, hallábase un día descansando en su cabaña, cuando vienen a decirle que dos ancianos, hermano y hermana, se han puesto muy malos y que ella ha perdido el habla. Avezado a tales casos, el misionero toma una medalla de San Benito y una reliquia de Santa Teresita y se dirige a la cabaña de la anciana.
        Efectivamente, ésta ha perdido el habla, y sólo por gestos da a entender que consiente en recibir el bautismo de manos del misionero: Y aquí lo de los cuernos y la cola; apenas la vieja recibe el bautismo, se desata su lengua y empieza a hablar como si tal cosa, empleando luego gran parte del día en visitar al misionero para agradecerle el singular servicio que le había prestado. Mas al día siguiente el caso se repite: la vieja pierde de nuevo el uso de la palabra, y cuando llega le misionero, se encuentra con que ya es cadáver.
        ¿Muerte natural? No; supo más tarde el Padre que la habían estrangulado. Así es la ley del esquimal. Cuando alguien cae enfermo, se consultaba a los hechiceros, y si la salud no viene, la carga se hace demasiado pesada y hay que deshacerse de ella.

La mayor prueba

        Juzgad, amables lectores, de cuanto precede, cuál será la tranquilidad del misionero mientras vive entre estas gentes y sigue sus caravanas. ¿Que un día mueren dos o tres esquimales en la tribu? Consulta de brujos, con la siguiente probable respuesta: “El blanco que habita entre ellos predica cosas nuevas contra las costumbres de sus antepasados, por lo cual estos, resentidos, envían aquellas desgracias.” Y ya veis la situación del misionero expuesto a ser hecho materialmente pedazos.
        Pero aún falta lo más duro para el corazón del misionero; oídlo de su misma boca y suplid en espíritu la emoción con que él nos lo narraba obligado a hablar así por la fuerza.
        “Nosotros – decía -, no vamos a las regiones polares en busca de aventuras, vamos porque lo exige la Congregación, a la cual en nuestra juventud, después de madura reflexión, prometimos obediencia y fidelidad hasta la muerte. Consuelos no tenemos, antes al contrario, nuestra vida es triste, muy triste; a 500 kms. del más cercano sacerdote, nos vemos privados hasta de los sacramentos no pudiendo confesarnos más que una vez al año y casos ha habido de tener que esperar 18 meses; nuestra vida errante nos impide asimismo a menudo decir Misa, y he aquí por qué pedimos en ocasiones a Dios que abrevie los días de nuestro destierro, a pesar de que la permanencia en estas regiones sea voluntaria. Digo esto para que en vuestra vida penséis en los misioneros del Norte y pidáis al Señor por ellos. “
        Lo mismo digo yo para terminar, queridos lectores, encomendando a vuestra piedad los Misioneros del Norte y en especial a éste que enarbola la bandera de la fe en las avanzadas de la Iglesia, para que siga preparando el camino a sus hermanos, que en un próximo porvenir habrán de conquistar al reino de Cristo el último palmo de tierra habitado y habitable.

                                                                            José Vega, O. M. I.


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