sábado, 8 de marzo de 2014

Boletín Mártires Oblatos







El nº 23 del Boletín de los Mártires Oblatos se halla en imprenta. Su contenido, en parte, es conocido por quienes frecuentan este Blog:

- Tres nuevos Mártires Oblatos
- El Calvario de Pozuelo, 4ª entrega
- S. Eugenio Patrono y Protector de las familias desestructuradas (rotas)
- Orlando Quevedo, nuevo cardenal oblato, valora el martirio de esos tres presuntos  Mártires de Jolo, Filipinas.

Quienes no hayan recibido nunca este Boletín, si quieren suscribirse (gratis), pueden enviar su nombre y dirección postal completa a este correo electrónico: martinez@omigen.org

Deseamos a todos una santa Cuaresma y feliz Pascua de Resurrección.
Debajo va todo el Boletín nº 23




Boletín  informativo  de  la  Causa  de  Canonización.  Número 23
Dirección: JMV, Misioneros Oblatos de María Inmaculada -  Vía Aurelia 290 - 00165  Roma - Telf. (+ 39) . 06 398771
Expedición: Casa  Martirial -  Avenida Juan Pablo II,  45  -  28224  Pozuelo de Alarcón (Madrid)  Telf. (+34)  91 3523416

Tres nuevos Mártires Oblatos                    

Los Misioneros Oblatos en Filipinas ejercen su apostolado sobre todo al Sur del Archipiélago, en la tierra de los “Moros”, como los llamaron los españoles, debido a la religión que profesaban. Hay un diálogo interreligioso ejemplar. Como botón de muestra, baste decir que tanto en la cadena de colegios católicos denominados Notre Dame como en la Universidad de Cotabato, que lleva el mismo nombre, fundada y dirigida por los Oblatos, el 60 % de los alumnos son musulmanes, el resto cristianos. El nuevo cardenal de Filipinas Orlando Quevedo OMI, que fue Rector y ahora es Presidente de dicha universidad, nos aseguraba recientemente que no sólo reina un clima de una fraterna convivencia, sino que hasta rezan juntos los cristianos y los musulmanes. Pero a veces se rompe  esa admirable armonía por el fanatismo de algunos extremistas, sobre todo en el Vicariato apostólico de Jolo, en las islas Sulu, cuya población es mayoritariamente musulmana, donde se atenta contra los Misioneros, que son sus mejores bienhechores. Es allí donde han sido martirizados tres presuntos mártires Oblatos, cuya Causa de canonización se está iniciando. ¿Quiénes son esos Mártires de Jolo?


Mons. Benjamín de Jesúso Ben como familiarmente se le llamaba, había nacido en Malabon, Manila,  el 25 de julio de 1940. Entró en el noviciado de los Oblatos en 1960 e hizo su primera oblación en 1961.  Es ordenado sacerdote en 1967. En 1991 fue nombrado Vicario Apostólico de Jolo, sur de Filipinas.  El 6 de enero de 1992, solemnidad de la Epifanía, es ordenado obispo por el Papa Juan Pablo II en la basílica de San Pedro de Roma, junto con otros obispos misioneros. Su lema episcopal era “Amar es servir”. Y a fe que lo vivió. Cinco años después, el 4 de febrero de 1997, al terminar la Misa, salía de la catedral y se disponía a reanudar su amor-servicio cotidiano a favor de su gente, musulmanes sobre todo, fue abatido por los disparos de dos fanáticos “moros”.


Jesús Reynaldo Roda, Rey, "¡Si queréis matarme, hacedlo aquí mismo, en el  templo de Dios!" Esas fueron las últimas palabras que dijo el P. Rey a sus asesinos cuando lo sacaban por la fuerza de la capilla donde estaba orando. Se oyeron gritos pidiendo socorro. Fuera de la capilla, en el patio de Notre Dame Tabawan High School, se oyó un disparo que retumbó en la densa oscuridad de la noche. Quienes miraron furtivamente a través de las persianas, sólo divisaron la silueta de los asesinos que arrastraban a su víctima. Después encontraron el cuerpo del Padre Rey fuera de las instalaciones de la escuela, en una carretera cercana a la costa, desde donde los asesinos huyeron a toda velocidad en una lancha fuera bordo. Su cuerpo presentaba varias heridas de disparos y puñaladas: heridas en la cabeza, cara, cuello, abdomen y espalda. Así murió el P. Rey en la noche del 15 de enero de 2008.

Benjamín Inocencio El 28 de diciembre  de 1990, día los Santos Inocentes (su fiesta onomástica),le dispararon detrás de la Catedral de Jolo. Benjie, como se le llamaba cariñosamente, era nuevo en Jolo. Antes había pasado unos diez años de su vida misionera en una isla remota del mar Sulu llamada Cagayan Mapum, como maestro y factotum. Para muchos, no era una probable víctima de la violencia. Era una de las personas más amables y más pacíficas del mundo. Tanto como profesor como misionero, prefería hacer las tareas de casa más que tomar parte en las manifestaciones callejeras. Pero también él, cual manso cordero, terminó en el altar del sacrificio, víctima de una violencia sin sentido y de un fanatismo absurdo en nombre de Dios.
                                                                                                                               (Continúa en la página 4)

EL CALVARIO DEL ESCOLASTICADO DE POZUELO

Por el P. Delfín Monje Cuevas, o.m.i.

Para dar a conocer de primera mano los pormenores del martirio, proseguimos publicando “por entregas”, el relato y vivencia escritos por el P. Delfín Monje, que sufrió el “Calvario” con los Mártires,  pero sobrevivió a la matanza.


4ª  ENTREGA: en la clandestinidad


Hacia Puerta del Sol

Siempre nos hemos preguntado por qué nos obligaron a todos a vestirnos de paisano; por qué nos pusieron en fila. ¿Es que habían decidido matarnos a todos y a última hora no se atrevieron a derramar tanta sangre? ¿Es que quisieron darnos otro susto? Quizás lo ignoremos siempre.
Cuando nos vimos de nuevo tirados en nuestros colchones, nos dedicamos a reconstruir aquella escena cuya trama ignorábamos.
A media mañana llegó a vernos el alcalde del pueblo. Al entrar en el comedor nos dice:
 - Estén ustedes tranquilos: aquí no pasará nada.
- ¿No pasará nada y ya nos han llevado a siete esta noche?
- ¿Que les han llevado a siete?
- Sí, señor.
El alcalde lo ignoraba. Salió inmediatamente y se fue a hablar con Porras, que hacía poco había vuelto a asomar por allí.
La entrevista fue corta y vimos cómo el alcalde se retiraba vencido, dejando el campo libre al que hasta entonces había sido el árbitro de nuestra suerte.
Son las doce y comenzamos a comer. No habíamos acabado cuando irrumpen en la habitación unos fornidos Guardias de Asalto, que preguntan:
- ¿Son estos los detenidos?
- Sí, éstos son, le contestan.
Entonces, nos dicen a nosotros:
- Sigan, sigan comiendo tranquilamente.
A la verdad que la aparición de aquellos nuevos personajes no nos ofrecía garantía alguna de tranquilidad. Y, sin embargo, serían ellos quienes nos habían de arrancar de las garras de nuestros verdugos de Pozuelo.
Terminada rápidamente la comida y pasado el tiempo preciso para que los guardias tomasen algo, nos mandan desalojar.
Hubo absoluciones y hubo también lágrimas. Salimos con nuestra cruz de Oblatos: queríamos morir abrazados a ella.
Desde el pasillo que da al jardín, delante de la casa, se veía estacionado un enorme camión y nos ordenan que nos sentemos en el entarimado de modo que nadie nos pueda ver de fuera. Vamos materialmente prensados: somos 33.
Cuatro guardias de asalto están a los cuatro ángulos del camión con sus fusiles. Los milicianos, en el jardín, en la terraza y en las ventanas de la casa, entonan la Internacional con el puño en alto. Al entrar en la carretera echamos nuestra última mirada al convento: en lo más alto ondea la enorme bandera comunista.
El camión coge la carretera de Aravaca; los guardias responden a los saludos que les hacen con el puño en alto.
¿Cuál sería el lugar de nuestro sacrificio? Esta era nuestra constante preocupación. Entramos en la carretera de la Coruña y comenzamos a bajar la Cuesta de las Perdices.
Nos matarían, sin duda, a orillas del Manzanares. Mas, pasamos el río y, al llegar a Puerta de Hierro, el camión tuerce a la izquierda, dirección de la cárcel Modelo.
¿Nos llevarían a la cárcel?
Pero no. Pasamos por delante de la cárcel sin detenernos. Ya estamos en la Plaza de España y el camión enfila la Gran Vía. Minutos después estamos a la puerta de la Dirección General de Seguridad (Puerta del Sol)..
Bajamos del camión. Había allí mucha gente arremolinada. Según íbamos entrando en el edificio oíamos que decían:
- ¡Cómo huelen a cera estos tíos!
Nos toman la filiación y seguidamente pasamos a los calabozos. Estaba abarrotados y continuamente entraban más y más detenidos.
Allí había alegría y entusiasmo.
- Mañana, decían algunos muy convencidos, llega Mola y habrá misa de campaña en la Castellana.
Nos contagiamos de aquel optimismo, y, los que poco antes habíamos hecho el sacrificio de nuestra vida, comenzamos a sentir de nuevo ansias de vivir para disfrutar del triunfo próximo...
Por la noche probamos por primera vez el rancho de la cárcel: unas lentejas con un trozo de pan. No fue posible dormir. No había sitio donde tirarse.
Amaneció el 25, sábado, fiesta de Santiago Patrón de España. Mola no había llegado.
Comenzaron las listas. Nosotros fuimos saliendo por grupos. Nos ponían en libertad, pero ¿a dónde íbamos?
En las calles pululaban los temibles milicianos. Estábamos sin documentación.
Formando cola estuvimos casi toda la mañana a la puerta de una de las oficinas de Seguridad, esperando que nos dieran un salvoconducto para circular por la calle. Por fin nos dicen que no se despachan salvoconductos. Y entonces comenzaron las horas angustiosas para encontrar morada.
Dios quiso que, al llegar la noche, unos aquí, otros allá, todos pudiésemos dormir bajo techado.
Desde aquel día 25 de julio, hasta el mes de octubre, en que nos volverán a coger a casi todos, ¡cuántas veces hubimos de cambiar de domicilio!, ¡cuántas veces llegó la noche y no sabíamos a qué puerta llamar!, porque ni en las fondas nos recibían sabiendo que éramos religiosos, temerosos sus dueños de comprometerse.

En la casa provincial

Nuestra residencia de Madrid, Diego de León, 32 (36 bis ahora), fue sometida al consabido registro de los milicianos poco antes de estallar el movimiento. Algunos de ellos le dijeron al Padre Martín:
- Conste que no nos hemos pringado. Nosotros no somos como los jóvenes de acción Católica. ¡Estos sí que se hubiesen pringado!
Ellos... se resignaron a llevarse la miseria de 35 pesetas que encontraron en el escritorio del Padre Martín.
La casa de Madrid sirvió de refugio por algún tiempo a varios supervivientes de Pozuelo. Aunque parezca increíble, nadie nos molestó allí, hasta el domingo, 9 de agosto.
Ese día, a las once y media de la mañana, sonó la campanilla de la portería. Un nutrido grupo de maestros laicos, armados de pistolas, irrumpió en el jardín y nos invitó cortésmente a abandonar el local. Como el pdre Esteban se quejara de la arbitrariedad de aquella medida, siendo así que nosotros éramos ciudadanos pacíficos, ellos le contestaron:
- Creemos que ustedes no se han metido en nada, pero muchos curas y frailes sí se han metido; y es lo que pasa: los unos pagan por los otros.
Nos autorizaron a sacar las cosas de aseo personal, mas nos advirtieron que no podíamos llevarnos cantidades considerables de dinero. Por si acaso, nos cachearon al salir.
Al fin y al cabo tuvimos suerte. Tuvimos suerte porque nos habíamos pasado allí desde el 25 de julio, día en que salimos de los calabozos de la Dirección de Seguridad, hasta el 9 de agosto. Claro está que viviendo en una comunidad religiosa estuvimos expuestos constantemente a que viniesen por nosotros los asesinos de la FAI, nos empujasen al camión y nos pegasen cuatro tiros en las afueras de Madrid. Pero no vinieron.
Tuvimos suerte además, porque si bien nos echaron de nuevo a la calle, lo hicieron con mucha pulcritud aquellos maestros laicos que, si eran izquierdistas, no eran matones.
Al marchar dejamos a los nuevos propietarios ocupados en colocar sobre la tapia del jardín un enorme trapo con esta inscripción: “Incautado por el Ministerio de Bellas Artes”.
Nosotros nos fuimos por distintos sitios en busca de albergue y de almas caritativas que nos diesen de comer de limosna.
Paso por alto los días aquellos que estuvimos ocultos en casas particulares o en pensiones. Cada vez que sonaba el timbre de la casa era como si se nos aplicase una corriente eléctrica. ¿Quién habría llamado? ¿Serían ellos, los milicianos? Cada auto que se aproximaba era otro vuelco del corazón, que no recobraba su ritmo normal hasta que el coche se alejaba. Y esta angustia, y este susto y esta zozobra era constantes, de día y de noche, en aquellos agitados meses de agosto y setiembre.

A la caza de “la quinta columna”

A medida que las tropas nacionales en su empuje arrollador desde Cádiz se acercaban a la capital, los periódicos, la radio y los oradores en sus mítines no se cansaban de pedir la depuración más escrupulosa de la retaguardia. Había que acabar con los componentes de “la quinta columna.”
Parece que un día le preguntaron al invicto general Mola qué columna habría de tomar Madrid. Y dicen que el general hubo de contestar:
- La quinta columna.
- ¿Y qué columna es esa?
- Los muchos amigos nuestros que tenemos dentro de la ciudad.
¿Fueron ciertas estas declaraciones de Mola? ¿Fue, por el contrario, - y esto es lo más probable -, una maligna atribución con el fin avieso de justificar las medidas de rigor que iban a emplear aquellos profesionales del crimen?
Lo cierto es que al comenzar el mes de octubre se inició una campaña rabiosa contra “la quinta columna”. Un Ministro de Gobernación, por nombre Angel Galarza, conocido ya años atrás como inventor de fantásticas conspiraciones, se dedicó a organizar las famosas “milicias de depuración”. ¿Cuántos miles de hombres movilizaría, pues siendo Madrid lo que es, en menos de cuatro días aquellas milicias se metieron por todos los rincones de la ciudad?. Los días 14 y 15 fueron el derroche de los registros domiciliarios. Casa por casa, piso por piso, habitación por habitación, iban dando caza a los presuntos componentes de malhadada “quinta columna”.
El día 15, muy de mañana, llega a la pensión donde yo estaba, el P. Esteban y me dice:
- Malas noticias.
- ¿Qué ocurre?
- Anoche se llevaron a todos los escolásticos que estaban con el P. Blanco.
- ¿Y dónde los han llevado?
- Parece que están en la Comisaría.
La una de la tarde sería cuando llega la policía a nuestra pensión y exige la documentación de todos los hombres. Conmigo se hallaba el P. Martín.
Después de un molesto interrogatorio, la policía optó por marcharse; pero no iba satisfecha. A la legua se veía.
Creímos que la tormenta se había alejado. Pero a las once de la noche vimos subir las escaleras de la pensión al mismo policía de la mañana, acompañado, esta vez, de más de diez. Comprendimos sus intenciones. Venía a llevarnos. Éramos ”la quinta columna”, a la vista estaba. Gente huida de sus pueblos por temor a los desmanes de los tiranuelos locales. Y allí estábamos todos en la pensión sin un solo carnet sindical; varios hasta sin cédula.
Encarándose con el P. Martín y conmigo nos dice el policía:
- Ya sé que son ustedes religiosos
Yo le dije que, efectivamente, éramos religiosos. Y que, si estábamos allí, era porque nos habían arrojado de nuestras casas respectivas y en algún sitio había que recogerse.
El policía, entonces, cínicamente nos dice:
- Nada, si es así, ustedes van conmigo a la Comisaría, declaran lo que ha pasado y a la media hora están de vuelta.
Nos sonreímos escépticos. La media hora aquella debía convertirse en seis meses de cárcel. Y, gracias, porque pudo acabar de muy distinta manera. (continuará).


S. Eugenio, Santo Patrono y Protector de las familias  desestructuradas (“rotas”)



Parejas de separados, divorciados, divorciados y casados de nuevo… ¡Cuántas familias en tales situa- ciones sufriendo incompresiones, dramas y tragedias dolorosas.
¿Sabías que hubo un Santo que sufrió mucho a causa del divorcio de sus padres? Fue una espina que tuvo clavada en el corazón durante toda su vida. Por más que lo intentó, no pudo restablecer la unión ni la convivencia de sus progenitores; pero él siguió amándolos entrañablemente.
Él no puede quedar insensible ante situaciones de un sufrimiento que experimentó en su propia carne. Por eso, en Estados Unidos y en otras partes, los Misio- neros Oblatos de María Inmaculada, familia religiosa y misionera por él fundada, lo proponen como Protector y Patrono de todas esas familias “disfuncionales”.
Se trata de Carlos José Eugenio de Mazenod.  Desde su tierna infancia sufrió las consecuencias de la Revolución francesa, que obligó a huir al exilio a toda su familia para escapar de la guillotina. A partir de los 20 años, cuando pudo volver a Francia, Eugenio intentó por todos los medios recomponer el matrimonio roto de sus padres. Todo inútil. La madre había encontrado nueva pareja con quien tuvo otro hijo y se negó a la convivir con su primer esposo.
La fragilidad de ese matrimonio era evidente. Su padre, Carlos Antonio de Mazenod, Presiden- te de la Corte de Cuentas de Provenza, pertenecía, a la nobleza, pero estaba financieramente arruinado. A la edad de 33 años se casa con María Rosa Joannis, de 18 años, hija de un adinerado profesor de medicina. Ambos buscan beneficiarse: ella, de la nobleza, y él, del patrimonio económico. Fue un matrimonio de conveniencia,  sin base consistente.
La madre regresa pronto del destierro y pide el divorcio civil para recuperar los bienes propios y de su marido, confiscados por los revolucionarios, crea un nuevo hogar y se desentiende del padre de Eugenio.
Éste, a la edad de 25 años, sale de esa familia “rota”, ingresa en el seminario de S. Sulpicio de París. Quiere “dedicarse a la salvación y por consiguiente a la verda- dera felicidad de los hombres”.
                              San Eugenio, ruega por nosotros



Para rezar con él, visita el Blog siguiente: http://joaquinmartinezomi.blogspot.com del 26 de febrero 2014
_______________________________________________________________________________________
 (Viene de la página 1)

En una entrevista que hemos hecho al Cardenal Orlando Quevedo OMI para la revista Misioneros Tercer Milenio, le pedimos su juicio sobre el martirio de esos tres Oblatos. Respondió así:



La primera víctima fue Mons. Benjamín de Jesús, obispo de Jolo. Ya sea como sacerdote y luego como obispo era bien conocido por los musulmanes. Ellos lo amaban. No han querido que fuera enterrado en otro lugar sino en Jolo, donde fue asesinado. Miles de musulmanes estaban allí para expresar su simpatía y solidaridad con los Oblatos. Acudieron todos a la catedral de Jolo, incluido el jefe del gobierno Moro. También él estaba presente en el funeral,  en la iglesia, cuando se celebró la misa de cuerpo presente. Están convencidos de que el obispo Ben (como se le llamaba familiarmente) fue alguien que ofreció su propia vida, no sólo por el bien de los cristianos, sino por la justicia,  y la justicia es un valor universal. Todavía no sabemos cuál ha sido el móvil principal de su asesinato. Algunos dicen que fue político, en el sentido de que él los defendía en algunos problemas de la justicia. Pero eso no es sólo una cuestión de justicia, creo que es parte integrante de la fe. Por eso yo creo que no sólo es un mártir de la justicia, sino un mártir de la fe. Si Dios quiere que un día llegue a ser canonizado, será venerado también por los musulmanes. Ellos realmente lo amaban.
Podemos decir lo mismo de los otros dos Oblatos, presuntos mártires. El P. Jesús Reynaldo Roda trabajó mucho tiempo en Jolo y fue muy querido por los musulmanes de la isla de Tabawan. También en aquella ocasión miles de musulmanes se solidarizaron con nosotros en su funeral.
El P. Benjamín Inocencio es el más joven de los tres. No pudo permanecer mucho tiempo en Jolo, pues lo mataron muy joven. No sabemos por qué. Lo más probable es porque era sacerdote.
Pero en el caso de Rey Roda sé muy bien que antes de ser asesinado, ya había recibido amenazas por parte de algunas personalidades de la política, porque era la voz de los musulmanes, defendía sus derechos, por ejemplo sobre el uso de los fondos destinados a los servicios de la comunidad. Se lo dijo abiertamente a los líderes políticos. Así que, al igual que en el caso del obispo Ben de Jesús, creo que el P. Roda no fue sólo un mártir de la justicia, sino también un mártir de la fe, porque la justicia hunde sus raíces en la fe cristiana, en el Evangelio. Joaquín Martínez Vega, o.m.i.

AVISO: El P. Joaquín Martínez ha cesado como Postulador general. Le sucede el P. Thomas Klosterkamp

No hay comentarios:

Publicar un comentario