miércoles, 9 de julio de 2014

Mártires OMI en Unidad y Carismas


                                             http://www.unidadycarismas.es/1.html                               

Unidad y Carismas es una revista de los Religiosos de la Obra de María que intenta poner en comunión eclesial todos los carismas de la vida consagrada, nuevos y antiguos, tomando como punto de mira el Testamento de Jesús: «Que todos sean Uno para que el mundo crea». Esta publicación llega a muchos países y es editada en diversos idiomas: italiano, francés, inglés, alemán, portugués, polaco, esloveno y español.
El P. Fabio Ciardi o.m.i., responsable de la edición italiana, me ha pedido un artículo sobre los Mártires Oblatos de España para dar a conocer, sobre todo a los jóvenes religiosos, su testimonio, publicándolo en la revista. Mientras se traduce, se revisa y se imprime, adelanto aquí el borrador.



Oblación martirial
22 jóvenes Oblatos, 18-30 años, fieles a Cristo

San Eugenio de Mazenod, fundador de los Misioneros Oblatos, escribía: « El que quiera ser de los nuestros deberá arder en deseos  de la propia perfección, estar inflamado en amor e Nuestro Señor Jesucristo  y a su Iglesia, y en celo ardiente por la salvación de las almas ». Y a los que ya son “de los nuestros”, a los Oblatos, les dice que  « Deben trabajar seriamente por ser santos,  y que deben estar dispuestos a sacrificar bienes, talentos, descanso, la propia persona y la propia vida por amor a Jesucristo, servicio de la Iglesia  y santificación de sus hermanos ».
Pone el listón muy alto. Los jóvenes Oblatos, que se estaban formando en el escolasticado o seminario mayor de Pozuelo, dieron la talla.


"Fusilamiento" del Sgdo. Corazón en el Cerro de los Ángeles, Madrid

VICTIMAS DE LA PERSECUÓN RELIGIOSA 


El trienio 1936 – 1939 fue sangriento y martirial para la Iglesia en España. A veces se oye decir que los religiosos ejecutados en ese período fueron  mártires de la guerra civil. Pero ellos ni tomaron parte en esa contienda ni eran miembros de un partido político. Fueron asesinados única y exclusivamente por odio a la fe.
La persecución religiosa en España se había desencadenado ya en 1931 con la quema de iglesias y conventos. En 1934 asesinaron a toda una comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas junto con su capellán, un joven sacerdote Pasionista. Son los Santos Mártires de Turón (Asturias), ya canonizados.
Para implantar la revolución marxista en un país mayoritariamente católico se topaba con un obstáculo mayor, la Religión. De ahí la saña en eliminar tanto a las personas consagradas como sus instituciones “para hacer desaparecer la Iglesia del suelo de España”.  Juan Pablo II lo entendió bien.
 Hubo miles de personas que sufrieron muerte violenta. Fueron torturadas y fusiladas exclusivamente por su condición de creyentes. El grupo más numeroso fue el de los eclesiásticos, cerca de 7.000: 12 obispos, más de 4.000 sacerdotes  seculares y 2.950 religiosos.
Dentro de este clima general de odio y fanatismo antirreligioso es preciso encuadrar el martirio de 22 Oblatos: padres, hermanos y escolásticos (estudiantes), de la comunidad formativa de Pozuelo de Alarcón (Madrid).


RELATO MARTIRIAL

Los Misioneros Oblatos de María Inmaculada se habían establecido en Pozuelo, barrio de la Estación, en 1929. Era una comunidad de unos 40 religiosos, jóvenes en su mayoría, porque estaban en primera formación, algunos todavía con votos temporales.
Los formadores, además de dar clase y acompañar espiritualmente a los formandos,  ejercían su ministerio, en calidad de capellanes, en algunas comunidades de religiosas. Colaboraban pastoralmente también en las parroquias del entorno: predicación y ministerio de la reconciliación sobre todo. Los estudiantes oblatos impartían la catequesis en cuatro parroquias vecinas y, en las grandes fiestas, su coral solemnizaba las celebraciones litúrgicas.
Esa actividad pastoral comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del pueblo, sobre todo en el barrio obrero de la Estación, donde se ubicaba el convento. A los milicianso les preocupaba muy mucho que los "frailes" (así los llamaban) fueran la locomotora que animaba l vida religiosa de Pozuelo y su entorno.
Además consideraban irritante y hasta provocador que los religiosos salieran a la calle en sotana y encima con su Cruz oblata bien visible a la cintura. 
Por todo esto, si la comunidad oblata gozaba de mucho aprecio entre la gente, se fue haciendo cada vez más odiosa para esos grupos marxistas.
Los Misioneros Oblatos sin emabargo no se dejaron intimidar. Extremaron las medidas de prudencia, de calma y serenidad, tomando a la vez el compromiso de no responder a ningún insulto o provocación. Se mantuvo el programa de formación espiritual y académico, sin renunciar a las diversas actividades pastorales que venía desarrolando y que formaban parte del programa de formación sacerdotal de esos futuros misioneros.
Aunque las consignas revolucionarias era cada vez más agresivas, los Superiores de los Oblatos no se podían imaginar que las cosas pudieran llegar a donde llegaron. No les cabía en la cabeza que algún día pudieran ser víctimas de tanto odio por su fe y que los llevaran hasta el testimonio supremo de dar la vida por Cristo.
El 20 de julio de 1936 las juventudes del Frente Popular, socialistas y comunistas, se echaron a la calle y reanudaron los incendios de conventos e iglesias particularmente en Madrid. Pozuelo queda muy cerca de la capital. Así que los milicianos de la localidad siguieron el ejemplo. Asaltaron la capilla-parroquia del barrio y de la Estación, sacaron a la calle  los ornamentos e imágenes y les predieron fuego en una orgía sacrílega y repitieron la escena en la parroquia madre del pueblo. 
El 22 de julio, a las tres de la tarde, un contingente de milicianos, aramados de pistolas y escopetas, asaltó el convento de los Oblatos. Lo primeron que hicieron fue detener a todos los religiosos, recluyéndolos hacinados en el locutorio, una habtiación muy reducida, y los pusieron manos en alto de cara a la pared, encasñonándolos con las aramas.
Fue un momento de una tensión horrible. Todos creían que les había llegado la hora de morir. De la actitud nerviosa, amenazante y grosera de los milicianos no podían esperar otra cosa.
Uno de los supervivientes, el P. Felipe Díez, tetifica: "Yo, al ponerme al lado de Isaac (Vega), le dije: Isaac, llegó el momento de ir al Cielo". En ese momento pasó por allí el P. Vega y nos dijo: "Hagan el acto de contrición, que les voy a dar la absolución general". Yo quería rezar el 'Señor mío Jesucristo', pero no me salía, me salían (en cambio) actos de amor a Dios, de perdón hacia los que pensábamos que nos iban a fusilar y de ofrecimiento de la vida por los que nos mataban, por la Iglesia y por España"

Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle.

Los Oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, siempre muy vigilaos, concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer calabozo.
Acto seguido los milicianos procedieron al registro minucioso de la casa en busca de armas. Lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo eso fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para destruirlo con el fuego en medio de la calle.
Los Oblatos fueron hechos prisioneros en su propia casa, siempre muy vigilaos, concentrándolos en el comedor, cuyas ventanas tenían rejas. Fue su primer calabozo.


El día 24, sobre las tres de la mañana, se producen las primeras ejecuciones. Sin interrogatorio, sin acusación, sin juicio, sin defensa, llamaron a siete religiosos y los separaron del resto. Los primeros sentenciados fueron:
Juan Antonio Pérez, sacerdote, profesor y formador, 29 años, con otros seis religiosos profesos, estudiantes: Manuel Gutiérrez, subdiácono, 23. Cecilio Vega, subdiácono, 23. Juan Pedro Cotillo, 22. Pascual Aláez, 19. Francisco Polvorinos, 26. Justo González, 21.
Sin explicación de ninguna clase fueron introducidos en dos coches y llevados al martirio. Añadieron al grupo a Cándido Castán, militante católico, joven padre de familia, 42 años, a quien unas horas antes habían recluido en el convento.
El resto de los religiosos permanecieron presos en su propia casa y dedicaban sus horas de espera a rezar y prepararse a bien morir.
Al día siguiente el alcalde de Pozuelo, al enterarse de la primera “saca”,  comunicó a Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de llevarlos a la Dirección General de Seguridad. Allí pasaron la noche y al día siguiente, inesperadamente, los dejaron libres. 

CLANDESTINIDAD Y CALVARIO EN MADRID

 Como no podían volver al convento, ocupado por los revolucionarios, buscaron refugio en casas particulares. El Provincial se arriesgaba y desvivía por darles ánimo y llevarles la comunión. Pero en el mes de octubre, tras una orden de busca y captura, fueron detenidos nuevamente la mayor parte de ellos y llevados a la cárcel.
Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror, humillaciones y amenazas. Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron con heroica paciencia esa difícil situación que les hacía entrever la posibilidad del martirio. Los carceleros les ofrecían la liberación a cambio de abandonar la vida religiosa y renegar de la fe. “Si no somos capaces de convencer a estos jóvenes, con los otros mayores será inútil”, decían los milicianos. Uno de ellos osó decir en alta voz que los envidiaba por su firmeza y que quisiera ser como ellos. Reinaba entre los prisioneros la caridad en clima de oración silenciosa.
En el mes de noviembre llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos.
El día 7 fue fusilado el padre José Vega, sacerdote y formador, de 32 años, y el hermano estudiante Serviliano Riaño, de 20. Éste, al ser llamado por los verdugos, pudo acercarse a la celda del padre Mariano Martín y pedirle la absolución sacramental por la mirilla.


LA MATANZA EN PARACUELLOS


Veinte días después tocaría el turno a los otros trece. El procedimiento fue el mismo para todos. No hubo acusación, ni juicio, ni defensa, ni explicaciones. Sólo la proclamación de sus nombres a través de potentes altavoces:

Francisco Esteban, Superior provincial, 48 años. Vicente Blanco, Superior local, 54 años. Gregorio Escobar, recién ordenado presbítero, 24 años. Juan José Caballero, subdiácono, 24 años. Publio Rodríguez, 24 años. Justo Gil, diácono, 26 años.  Ángel Francisco Bocos, hermano oblato, 53 años. Marcelino Sánchez, hermano, 26 años. Eleuterio Prado, hermano, 21 años. José Guerra,  22 años. Daniel Gómez, estudiante, 20 años. Justo Fernández,  estudiante, 18 años. Clemente Rodríguez, 18 años.


Se sabe que el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos a Paracuellos de Jarama y allí ejecutados.
Un joven oblato de la “saca” siguiente, Juan José Cincunegui, iba en otro camión atado codo con codo al P. Delfín Monje camino de la muerte. Fueron misteriosamente indultados cerca del lugar de la ejecución. Juan José había dicho a su compañero: Padre, me dé la absolución general y usted rece el acto de contrición, que nos llega el fin. El padre Monje, 18 años más tarde, se lamentaba: ¡Lástima no haber muerto entonces! ¡Nunca estaré tan bien preparado!

No ha sido posible obtener información directa de testigos oculares del momento de la ejecución de esos 13 Siervos de Dios. Tan sólo el enterrador declaró: Estoy completamente convencido de que el 28 de noviembre de 1936 un sacerdote o religioso pidió a las milicias que le permitieran despedir a todos sus compañeros y darles la absolución, gracia que le fue concedida. Una vez que hubo terminado, pronunció en alta voz estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo Rey!” Ese valiente sacerdote parece que fue el P. Francico Esteban.

¡QUÉ DICHA MORIR MÁRTIR!


El neo-presbítero Gregorio Escobar,  poco antes de ser ordenado sacerdote,  había escrito a su familia: “Siempre me han conmovido hasta lo más hondo los relatos del martirio que siempre han existido en la Iglesia, y siempre al leerlos un secreto deseo me asalta de correr la misma suerte que ellos. Ese sería el mejor sacerdocio a que podríamos aspirar todos los cristianos: ofrecer cada cual a Dios su propio cuerpo y sangre en holocausto por la fe ¡Qué dicha sería la de morir mártir!” 

Otro mártir, Publio Rodríguez Moslares, al sacarlo de la cárcel Modelo para matarlo, dejó escrito en la pared este mensaje: “Madre, me llevan a matar, muero por Dios. No llores, me voy con Dios. ¡Viva Cristo Rey!”

Hay otros testimonios conmovedores; pero bastan estos dos para resaltar en qué disposiciones iban al martirio.
Esos jóvenes religiosos se estaban preparando para ser testigos del Evangelio en misiones ad extra; pero el Señor de la mies permitió que fueran sus testigos de un modo más claro: derramando su sangre por Él.

El 17 de Diciembre de 2011, con ocasión del 150º aniversario de la muerte de S. Eugenio de Mazenod, fundador de la congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, fueron proclamados beatos en la catedral de Madrid.
                                             Su fiesta se celebra el 28 de Noviembre.

                                                                            Joaquín Martínez Vega, o.m.i.



El P. Juan José Cincunegui visita el cementerio de Paracuellos










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